No sé cuándo ocurrió y por qué lo permitimos, pero es frustrante ver cómo la amabilidad es casi invisible en Quito. Es penoso cómo nos tratamos, cómo casi no mostramos respeto y buscamos obtener ventaja de las situaciones más pequeñas.

Hace unos días estuve por la avenida Naciones Unidas y me sorprendió la facilidad con que la gente comparte con los demás usuarios de la calle la música que le gusta escuchar. El reguetón salía de un vehículo y competía con el ruido de los parlantes que ponen los negocios que creen que así atraen a más personas. ¿Alguien puede quejarse? No, porque son sus carros y sus negocios.

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Por la intersección de la calle París con la avenida Río Coca, en donde los automóviles y motocicletas pueden tomar cualquiera de esas vías, es bastante común que todos queden atrapados, pues actúan como si los demás no existiesen. A sabiendas de que no se debe bloquear la intersección se cruzan. Y si algún conductor amable y sensato permite el paso, es víctima de los pitazos de quienes vienen atrás.

Los motociclistas, en los carriles para dos, tres o cuatro vehículos, siempre agregan uno o dos más, por la manía de pasar entre los carros. Lo hacen a vista y paciencia de los metropolitanos que, por cierto, hacen exactamente lo mismo y no porque estén de apuro –si no utilizarían las sirenas–, sino porque quieren evitar el tráfico, olvidando que son como cualquier otro medio de transporte y que deben tener paciencia, como cualquier persona que conduce y que sabe que ese es el precio a pagar por tener su medio de transporte.

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Quienes usan los buses deben someterse a apretujones y empujones, mientras cuidan que no les roben. La seguridad en los buses no es la mejor. Tampoco el trato, especialmente si el conductor va tarde en su horario o en absurda competencia con otra unidad. En ese caso, los usuarios deben prepararse para sentir las fuerzas de las curvas, porque frenan a último minuto, y prácticamente sacan del asiento a las personas. Y si alguien se queja, el conductor es más bravo, igual no quita el pie del acelerador. Punto aparte son las unidades que emanan los gases que tienen al cielo de Quito con una suerte de cúpula contaminada y que se supone son controladas por las autoridades de Ambiente. Al parecer, eso no lo detectan en las revisiones anuales obligatorias.

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Los peatones tampoco la tienen fácil. Las veredas de la ciudad no son adecuadas para nadie, ya sea porque tienen baches o suciedades de los perros, tanto callejeros como los que tienen dueño. Nada como salir a caminar o trotar y encontrarse con el mal olor a lo largo de las calles. Quienes aman a los animales callejeros, muchas veces les dejan comida y agua, pero su amor llega hasta ahí, porque limpiar la vereda pasa a ser problema del dueño de la casa en donde decidieron poner los alimentos. No todos la ponen en frente de sus puertas de entrada, sino en la del vecino. Y qué decir de los sumideros que desaparecen cada vez y cuando, si no se presta atención, se puede ir a parar dentro de la alcantarilla o, al menos, darse un buen golpe.

Así transcurre la vida en la ciudad que quiere ser amable y que ni siquiera respeta a sus propios conciudadanos. (O)