El 28 de julio se inauguró en solemne acto el Mu seo Nacional del Cacao, maravillosa estructura incrustada en una legendaria casa que conserva los detalles del estilo art nouveau, arte moderno, ubicada en las calles Panamá e Imbabura, que evoca los viejos tiempos cacaoteros, su auge y ocaso; ha hecho el milagro de integrar en conmovedoras pinturas y escenas vívidas todos los escenarios de su historia desde su origen precolombino en el cantón amazónico Palanda, hace cuatro mil años, cruzando valles, cordilleras y ríos, hasta instalarse en las fértiles tierras de provincias costeras y otras con ambiente tropical de la cercana serranía, para luego conquistar al mundo con sus exportaciones que llevan el distintivo de la ciudad puerto, creación artística complementada con ilustraciones del proceso industrial hasta obtener el mejor chocolate soñado.

La realización de esta monumental obra, digna de celebración, es el resultado de la iniciativa y tenacidad de doña Gloria Gallardo Zavala, eficiente impulsora del civismo guayaquileño, con el apoyo irrestricto del exalcalde abogado Jaime Nebot y el respaldo permanente de su sucesora, la Dra. Cynthia Viteri Jiménez, modelando para la metrópoli huancavilca un templo fiel al significado de la respetable expresión museo o lugar propio de las musas, inigualable homenaje al “bocado de los dioses”, abierto al público sin exclusiones, facilitando el estudio y la investigación de una planta que identifica al Ecuador en los mercados de todos los continentes.

Bien se ha dicho que el “fruto de los dioses” describe a la ciudad cuando se habla del “cacao de Guayaquil”, por donde sale la producción de 600.000 hectáreas, la mayoría de pequeños campesinos, con un ingreso superior a 800 millones de dólares anuales, ocupando el tercer lugar planetario luego de los gigantes Costa de Marfil y Ghana, pero insuperable por su acreditada calidad de aroma y sabor, ligado a la tradición navegante del puerto y del río, tanto que sus ilustres empresarios, reconocidos como los “grandes cacaos”, protagonizaron la independencia de la urbe y luego de la nación.

Recorrer la selecta exposición, al compás de eruditas guías, es llenarse de historia y leyendas, es confundirse entre plantíos de su sala virtual, donde prima el encanto de un entorno natural con los detalles de una finca costeña y hasta se percibe aire montuvio que mece graciosas hojas y ramas de robustos árboles, observándose el singular trajinar de obreros en plena cosecha, con corte de mazorcas y sincronizados movimientos para el beneficio completo del grano, hechas con tal versatilidad que mantiene intactas las características de faenas extrañas para los citadinos, pero la mejor oportunidad para admirar y sentir una riqueza nacional, orgullo de los ecuatorianos.

La sala Crisis y Renacimiento evidencia la debacle por enfermedades del tipo nacional cacaotero, reemplazado por el actual rey CCN-51 (colección Castro Naranjal, árbol 51), creciendo majestuoso en su trono de gloria, creación del compatriota Homero Castro Zurita, sembrado ya en varios países, sin que haya recibido el reconocimiento internacional que se merece. (O)