Anne-Teresa Birthwright / Latinoamérica21

“... no hay sector social más invisible, menos comprendido y menos atendido que el de las mujeres rurales, a pesar del papel vital que desempeñan en nuestras comunidades rurales...”, dijo la expresidenta de Costa Rica, señora Laura Chinchilla.

El café Blue Mountain es uno de los granos especiales más caros del mundo: abastece al mercado de cafés de lujo y cuesta más de 58 dólares la libra. Sus preciadas bayas crecen en las frescas y empinadas laderas de la cordillera Blue Mountain, de Jamaica, a más de 1.000 metros de altura, y dan sustento a más de 4.000 pequeños agricultores. Sin embargo, la zona donde se produce este café de lujo no ha escapado de los efectos del cambio climático.

Los medios de subsistencia de las mujeres caficultoras jamaiquinas, que son las más afectadas, se han visto impactados por la variabilidad de las precipitaciones, la prolongación de las estaciones secas, la reducción de los rendimientos y el aumento de las plagas y enfermedades. Esto ha dado lugar a una producción irregular y a un peor café, lo cual ha causado pérdidas económicas.

Estas condiciones también han aumentado el coste de mantenimiento de las explotaciones de café, ya que los insumos agrícolas necesarios para aumentar el rendimiento y tratar enfermedades, como la roya del café, suelen ser caros.

Pero este no es el único caso en el que mujeres rurales viven una mayor secuela por el cambio climático, ya que generalmente las mujeres tienen una mayor dependencia de los recursos naturales para sustentar los medios de vida. Esto se ve afectado por fenómenos hidrometeorológicos, como huracanes, tormentas, inundaciones, sequías, deslizamientos de tierra y otros más.

Lamentablemente, aunque América Latina y el Caribe (ALC) contribuyen con menos del 10 % de las emisiones globales, sus economías, sectores, infraestructuras y personas han sufrido desproporcionadamente las consecuencias y efectos adversos. Según el informe Estado del clima en América Latina y el Caribe 2020, el paso de los huracanes Eta e Iota causó estragos en Guatemala, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, mientras que Brasil, Bolivia, Paraguay y la región argentina del Pantanal sufrieron sequías y una temporada de incendios sin precedentes. Los glaciares de los Andes chilenos y argentinos siguen retrocediendo y la región del Caribe sigue atravesando un déficit de lluvias.

Además, teniendo en cuenta que muchas economías de ALC dependen de sectores sensibles al clima, como la agricultura, tanto la seguridad alimentaria como la nutricional también están en el punto de mira. Se prevé que, para 2050, Centroamérica y el Caribe enfrentarán una reducción de una quinta parte en el rendimiento agrícola de los frijoles y el maíz.

Otras áreas que permanecen muy expuestas y vulnerables son la salud humana, los recursos hídricos, los asentamientos y la biodiversidad. Desde el punto de vista económico, los daños anuales para la región debido al cambio climático se estiman en 100.000 millones de dólares para el 2050, lo que equivale casi al PIB de Ecuador.

Particularmente para la región del Caribe, se proyectan alrededor de 22.000 millones de dólares en pérdidas. Por lo tanto, el impacto devastador en el tejido económico, cultural, ambiental, físico y social de los países erosionará cualquier avance y progreso.

En medio de estas amenazas, el rostro en cuanto al género (del cambio climático) sigue siendo un tema crítico, puesto que la diferencia en las capacidades de hombres y mujeres para adaptarse sigue generando preocupación. La reciente evaluación del IPCC informó sobre el efecto desigual del cambio climático en hombres y mujeres. Esto se debe principalmente a la desigualdad e inequidad de género que influye en el control y acceso a los bienes, recursos, servicios y procesos de toma de decisiones.

La Cepal reconoce que “las mujeres y los niños tienen catorce veces más probabilidades que los hombres de morir durante un desastre”. Y se espera que las mujeres rurales, especialmente en nuestra región, sean las más afectadas por el cambio climático.

Pero las mujeres desempeñan un papel fundamental en el sistema alimentario, donde representan el 43 % de la mano de obra agrícola, contribuyendo a la seguridad alimentaria de las comunidades como productoras, plantadoras, cosechadoras, trabajadoras agrícolas, criadoras de ganado, así como en el cuidado doméstico.

Sin embargo, a pesar de su contribución, su trabajo a menudo no se reconoce. Su realidad está marcada por la pobreza y las desigualdades estructurales, sobre todo porque tienen menos acceso a los recursos productivos. Los efectos del cambio climático y las catástrofes tienden a incrementar estos problemas generalizados y, con ello, su vulnerabilidad.

Según Oxfam, alrededor del 30 % de las mujeres rurales de América Latina son propietarias de tierras agrícolas, mientras que el acceso a la asistencia técnica solo está disponible para menos del 5 %. Por ejemplo, en Brasil y Guatemala las mujeres rurales se enfrentan a un menor acceso al crédito, a tecnología, mecanización, a la tierra y a otros activos, lo que limita su capacidad de adaptación y de toma de decisiones.

En Colombia, el cambio climático ha afectado a las productoras de café al acrecentar la propagación de la broca del café. Pero su capacidad para gestionar la plaga se ha visto obstaculizada por la falta de acceso a conocimientos técnicos, información y control de la toma de decisiones. Casos similares se han repetido en países como Haití y otras pequeñas islas del Caribe, donde las mujeres rurales se enfrentan a barreras socioeconómicas arraigadas en la desigualdad de género, lo que agranda su vulnerabilidad y riesgo ante los desastres climáticos.

Para las productoras de café en las Montañas Azules de Jamaica, el impacto del cambio climático también se ha visto alimentado por la disparidad en la recepción de servicios de asesoramiento. Según una encuesta piloto de IWCA Jamaica (JAWiC), una agricultora con diez años de experiencia percibe que “la gente (las partes interesadas de la industria en general) quiere ayudar más a los hombres o miran a los hombres” en lo que respecta a la gestión de la granja.

Las mujeres también señalan las barreras para acceder a recursos, a formación técnica y a oportunidades que permitan una movilidad ascendente en la cadena de valor del café, así como la capacidad de ocupar espacios de liderazgo dentro de sus comunidades. Esta dinámica de género y la desigual relación de poder quedan, asimismo, ilustradas en que algunas mujeres perciben su contribución como “menor” en comparación con los hombres.

Sin embargo, ignorar el aporte de las mujeres a los medios de vida rurales y limitar sus oportunidades no solo disminuye el potencial económico de una nación, sino que también debilita su resistencia a las consecuencias del cambio climático.

En el caso de las productoras jamaiquinas, se ha intentado cambiar esta realidad facilitándoles acceso a formación, conocimientos técnicos, financiación y recursos productivos. No obstante, el empoderamiento de las mujeres rurales no solo requiere una perspectiva de género en la reforma de las instituciones y la inversión en servicios, sino también abordar las normas culturales, socioeconómicas y patriarcales profundamente arraigadas que limitan su capacidad productiva y poder de decisión. Esto permitirá, además, que la humanidad pueda seguir disfrutando de uno de los mejores cafés del mundo. (O)

Anne-Teresa Birthwright es doctora en Geografía por la Universidad de las Indias Occidentales, Mona, Jamaica. Tiene experiencia en medios de vida rurales y adaptación al cambio climático. Actualmente, es becaria de STeP en el IAI y forma parte de la junta directiva de Jamaican Women in Coffee (JAWiC), la sección nacional de la IWCA.