Venía recuperándose la economía del efecto combinado de la cuarentena y distanciamiento social para combatir la pandemia, y de la guerra de Ucrania. Pero la sepulta el feroz paro de Leonidas Iza. La mejoría en la economía popular y creación de empleo queda comprometida.

La producción petrolera se desploma, mermando los ingresos fiscales en $ 15 millones diarios.

La toma de carreteras causó al menos dos muertes, de enfermos en ambulancias que fueron impedidas de llegar a hospitales. En Ambato contaminaron el agua potable. Quito está asediada. Interrupción del transporte de productos agrícolas interandinos a las urbes de la Costa genera escasez y encarecimiento de alimentos. La inflación se disparará en junio, por obra y gracia del Sr. Iza.

Las empresas no pueden recibir insumos producidos en otras localidades; los productos importados por los puertos de Guayaquil no llegan a Quito, Cuenca y otras ciudades. Cae la producción industrial. Bloqueo en la Costa impide que banano, cacao y camarón se exporten. Cierrapuertas de almacenes y tiendas. Tres sectores particularmente afectados son el petrolero, turístico y florícola.

El ataque de la Confenaie a los campamentos petroleros ha sido devastador. Secuestraron a funcionarios de las empresas, cerraron pozos. La producción petrolera se desploma, al momento en 150.000 barriles diarios, mermando los ingresos fiscales en $ 15 millones diarios. La producción no es algo que se pueda recuperar de un día para el otro. Marcha atrás al incremento de la producción en que se veía trabajando desde principios de año. También destruyeron las instalaciones de una minera.

El turismo que quedó al borde de la quiebra con el distanciamiento social hoy vuelve a perder clientes con el nuevo confinamiento, sobre todo en Quito y las ciudades del centro de la Sierra, y la falta de tránsito de las ciudades a los balnearios y otras zonas de esparcimiento.

Las florícolas están a la merced de los levantiscos, expuestas al vandalismo. Constituyen el sector más moderno de la agroindustria de la Sierra, y son de las primeras en sufrir en los periódicos paros de la Conaie. Aparte de invernaderos destrozados, se amenaza a los empleados para que se sumen al paro, se impide el tránsito de camiones que traen insumos como cajas de cartón, o que llevan flores al aeropuerto; les pinchan las llantas. Cuando los dejan pasar cobran peaje.

No se me viene a la mente otro país donde haya una fuerza de destrucción tan poderosa, que pueda planificar y ejecutar una acción demoledora para la sociedad y economía, con la tranquilidad de tener impunidad. Que no será reprimida por las fuerzas del orden. Y si a posteriori son procesados y encontrados culpables por los desmanes, pueden contar con que la Asamblea les concedería una amnistía.

Nuestro pequeño país es vulnerable a eventos catastróficos. En los últimos cuarenta años, dos fenómenos de El Niño de fuerza extraordinaria; frecuentes terremotos, destacándose el de Manabí; erupciones volcánicas del Reventador y el Tungurahua; también a graves crisis importadas como la pandemia, narcotráfico o los cíclicos colapsos del precio del petróleo, y a gobiernos irresponsables que endeudan al país para construir hidroeléctricas que colapsan, refinerías que quedan en papel y carreteras que se destruyen con las lluvias.

A esta lista de azotes hay que añadir los destructivos levantamientos de la Conaie. (O)