Definitivamente la modestia no va con Lenín Moreno.

Admitir que tras su desastroso paso de cuatro años de desgobierno –sí, sí, los resultados de las elecciones lo benefician, pero igual no olvidaremos los once muertos de octubre, el reparto de hospitales, el terrible manejo de la pandemia, los vergonzosos privilegios en el inexistente plan de vacunación, su responsabilidad por omisión en la muerte de tres periodistas de El Comercio, las licencias de Pablo Celi, los abusivos cobros vía descuentos no autorizados en la banca privada, la impunidad de Eduardo Jurado, el alza del 15 por ciento al costo de los pasajes interprovinciales, el tren playero, la chatarrización del patrimonio histórico, el desaprensivo trato con la salud y la educación públicas, los pagos anticipados de deuda externa en plena agonía pandémica, la corrupción en el sector petrolero, los Ina papers, en fin…– la mesa no queda servida es un insulto a la inteligencia del pueblo ecuatoriano, el ausente eterno de los ágapes del poder, aunque siempre la cuenta la pague él. Por lo dicho, el admitir que no hay mesa servida es un cinismo más –a veces pienso que en realidad es estulticia pura– de Moreno y su gobierno en su muy particularísimo estilo de mirar hacia el otro lado del problema.

Y el nuevo mandatario, Guillermo Lasso Mendoza, no deberá esperar evaluaciones ni cien primeros días de por medio para iniciar con los planes urgentes de institucionalización, asistencia al sector salud, de intervención en la seguridad pública, de urgencias en el sector educación –aunque se haya estrenado con pie errado con todo lo dicho sobre el caso Senescyt– en la generación de empleo, en política pública en temas de equidad. Es decir, en todo lo ofrecido en campaña. Acá no hay mesa servida, lo constatan millones de ecuatorianos cada mañana, y las acciones deben ser urgentes. Moreno debe ser solo un mal sueño.

El abrir un espacio de gobernabilidad para esta nueva opción política ungida por una mayoría del pueblo en las urnas será parte de la solución más aun cuando la pandemia es cada vez más resistente, la falta de empleo galopante, la corrupción desbordante. Y ojalá el manejo de lo público desde el Poder Legislativo así lo entienda y abra también ese espacio de tregua: reparto de hospitales a cambio de mayorías ¡nunca más!

Guillermo Lasso tiene la oportunidad histórica de revertir todo lo que la derecha extrema y clerical a la que representa ha hecho en el país. De que se reivindique de los errores y horrores del pasado e intente ser una administración justa devolviendo ese voto de confianza que le dio el pueblo al sentarlos en el poder con todo su pasado a cuestas.

El juego de la democracia nos obliga. Ojalá se entienda que el mayor valor del sector público ante el ciudadano de cualquier condición son el servicio y la solidaridad; no el lucro y el beneficio. Que la delincuencia es una consecuencia de la pobreza extrema, y no se la combate con patentes de corso a la Policía y el Ejército. Que, como dice la frase trillada, el éxito del Gobierno será el éxito del país. La pelota, en este primer tiempo, está en su cancha, señor presidente. (O)