La literatura llena los silencios de la historia, le da cuerpo a ciertos mensajes incompletos, entabla en la cabeza del lector esa guerrilla que bien ilustró Vargas Llosa con la tesis de “la verdad de las mentiras”. Leemos aventuras imaginadas embarcados en el viaje de los hechos posibles.

Tanto había que reivindicar sobre ella que el papa Francisco hace pocos años la declaró santa.

Los creyentes bíblicos tolerarán que hoy celebre una novela que se construye sobre un personaje que nació en los evangelios tanto canónicos como apócrifos, pero que no tiene sustento histórico. Los mismos documentos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan arrojan escasos datos sobre ella, coincidiendo eso sí en ponerla junto a la cruz de Jesucristo y contando que fue la primera persona que lo vio resucitado. Lo más curioso son los versículos del capítulo ocho de Lucas, que recogen que de ella fueron expulsados siete demonios y que, junto a otras mujeres, apoyó la prédica del maestro con “sus bienes”.

Las deducciones de estas referencias son que fue una mujer acaudalada y generosa, que formó parte de los seguidores de Jesús y que tuvo una importancia significativa para estar presente en momentos tan señalados. Cuándo la extraviada predicación la convirtió en prostituta, no se puede precisar, pero el medioevo así lo sostuvo y para muestra véase la copiosa representación de los pintores durante varios siglos: a medio vestir, pide perdón, se postra. Tanto había que reivindicar sobre ella que el papa Francisco hace pocos años la declaró santa, le puso fecha a su festividad –el 22 de julio– y la declaró “apóstol de los apóstoles”.

Si el gran José Saramago escribió El evangelio según Jesucristo, la española Cristina Fallarás se atrevió con El evangelio según María Magdalena. No se trata de una novela histórica, como es obvio, sino de una ficción muy libre que nos pone a seguirle la pista a una mujer con vida propia, dueña de una industria de pescados, asentada en Magdala, cerca del mar de Galilea, que sufre por su autonomía y riqueza el odio de los zelotes, esa secta fanática que esperaba ávidamente el líder político que liberara a los judíos de dominio de Roma. Esta Magdalena literaria no quiere casarse ni ser madre y alberga en su casa una especie de clínica que atiende a las mujeres maltratadas.

Aquí está el énfasis de la novela: en crear una comunidad de mujeres que conoce los secretos de la biología y que atiende silenciosamente a quienes sufren el poder masculino en todas sus formas. A ese grupo se acerca Jesús, con su lideresa entabla una relación de iguales que encuentra en el diálogo de los cuerpos una forma de comunicación. La historia es parca en términos de amor. La prédica del Nazareno no la convence por completo, porque no oye con oídos convencidos que alguien proponga que los hombres sean “como lirios del campo” y no se preocupen por la laboriosidad, la higiene y el orden.

El personaje que está narrando desde la vejez las experiencias que no puede olvidar, sugiere las capacidades del cuerpo –para el sexo, la salud, el aseo, el dolor–, ofrecerá páginas bellísimas cuando mire caer el látigo sobre la carne de la víctima, pero haciéndolo desde los ojos del castigador, ese implacable que azota “sabiendo que la inconsciencia sucederá a lo insoportable”. Narrativa que aúna fuerza y sugerencia.

Todo buen escritor se da maña para innovar: esta escritora lo consigue. (O)