De vez en cuando el espíritu necesita librarse del abrumador ambiente de noticias de crímenes, corrupción y más delitos y la mejor manera de evadirse es buscar refugio en la buena literatura. Una de mis novelas favoritas es A la búsqueda del tiempo perdido, de Marcel Proust, quien falleció en París hace cien años, un día como hoy.

La novela se compone de siete partes y tuve la fortuna de leerla cuando era joven. La compré en la Librería Científica, dos volúmenes con más de tres mil páginas, papel biblia, una edición muy cuidada de Plaza & Janés, de 1967.

Nuevo hallazgo sobre personaje que inspiraba a escritor Marcel Proust

No puedo hacer una síntesis de esa obra, sería injusto. Los críticos le han dedicado centenares de volúmenes y muchos escritores de todo el mundo han reconocido su influencia. Con “frases largas y envolventes” relata acontecimientos de un mundo desaparecido con la Primera Guerra Mundial, el de París de la belle époque, el mundo de Guermantes, de la alta nobleza de esa familia del barrio San Germán de París. La asombrosa memoria de Proust recuerda los sentimientos, los celos, las conversaciones de los personajes, sus vestidos, los paisajes, las cenas; unos altivos y de nobleza auténtica, otros trepadores y engolados; los amores que nacen y se extinguen como el de Charles Swann por Odette de Crécy, los del mismo autor por Gilberte Swann, quien había sido su compañera de juegos infantiles y de la cual se enamoró, como después lo haría de Albertina.

Una de mis novelas favoritas es A la búsqueda del tiempo perdido, de Marcel Proust, quien falleció en París hace cien años...

Un día, cuando el personaje que es una especie de alter ego del relator regresa a la sociedad, una bella dama le propone salir a cenar. Él acepta “si no tiene miedo de que la vean sola con un joven”, provocando la risa de los asistentes. Se reían de que un hombre mayor se llamara joven, como en broma. El transcurso del tiempo afecta el aspecto de las personas. Se le acerca una señora gruesa a saludarlo con familiaridad y él hace esfuerzos por recordar el nombre de la mujer, hasta que ella expresa: Claro, dicen que cada vez me parezco más a mi madre. Era Gilberte, hija de Odette de Crécy. Esta mujer es uno de los personajes que atraviesan toda la novela: desde que el narrador la conoció y llamó la “dama de rosa” cuando era una mujer galante que visitaba a su tío Adolfo, hasta cuando se casa con Charles Swann, el rico experto en artes. Luego de enviudar y estando todavía atractiva se casó con el duque de Guermantes. Este vivía corroído por los celos: “El anciano duque no salía ya, pues pasaba sus días en la casa de Odette. (…) No lo hubiese reconocido… no era más que una ruina, esa hermosa cosa rosa romántica que puede ser una roca en la tempestad. Fustigado por todos lados por las olas del sufrimiento, de la cólera (…) su cara desconchada como un bloque conservaba el estilo, la línea que había admirado siempre estaba roída como una de las hermosas cabezas antiguas demasiado destrozadas, pero con las cuales nos sentimos muy felices pudiendo adornar nuestro cuarto”.

Las reglas de Proust

Proust era asmático. Cinco años antes de morir se encerró en una habitación forrada con paredes de corcho a escribir su novela. “Una nueva luz se hizo en mí” porque había descubierto “que la obra de arte era el único medio de recobrar el Tiempo perdido”. (O)