En uno de sus más célebres poemas, adaptado a la música por Gotan Project, Juan Gelman describe el proceso creativo y recuerda, como una obviedad, que con un poema no se tomará el poder, ni se hará la Revolución. “No ganará plata con ellos/ no entrará al cine gratis con ellos/ no le darán ropa por ellos/ no conseguirá tabaco o vino por ellos”. Confianzas, así se titula el poema de Gelman, alude, quizá, a toda creación de carácter artístico. Nada, ni siquiera el arte, resulta indispensable en este mundo, sin nuestra propia voluntad. Ni papagayos, ni barcos, ni toros, se conseguirá a cambio de poemas: “No alcanzará perdón o gracia por ellos”.

He vuelto a Gelman, quizá porque uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida (César Isella). He recordado la cadencia de su voz, los surcos alrededor de sus ojos tristes, el cigarrillo que me ofreció a las afueras del Convento de San Agustín. En aquella época yo tenía 21 años. Y claro, en esa ocasión, le pregunté sobre su amistad con Jorgenrique Adoum, que en muchos sentidos había sido el poeta que transformó mi adolescencia.

He vuelto a ellos, a Gelman y a Adoum, gracias al libro Yo sintigo/La madera del palito, que en el año 2018 publicó El Ángel Editor, en su colección 2alas. Fue culpa de El Ángel, es decir de Xavier Oquendo Troncoso, mi encuentro con Gelman y, en consecuencia, el cariño que le tuve a su persona y a su poesía y la tristeza amarga que me produjo su muerte (a la edad que tenía entonces, yo, lector de poesía, esas muertes duelen harto). Él tan lúcidamente vallejiano, Adoum tan nerudiano. El libro me resultó maravilloso.

Me he reencontrado con Gelman y Adoum, con sus voces, que por algún extraño designio de la memoria no se me borran, vuelven todo el tiempo, cuando más lo necesito; son sus voces la brújula, como las de Chavela Vargas o Mercedes Sosa, que junto con otras voces queridas reaparecen, vivas o muertas, cuando camino hacia las cumbres de las montañas. Son las voces que me orientan en la niebla, las que me impiden sentir miedo. Las que se van lejos pero no se van del corazón. Quizá es mi propia voz la que resuena, joven tal vez, con ganas de que la vida sea sin timón y en el delirio (Mario Santiago). No hace tanto me dijo Leonardo Valencia, novelista ecuatoriano, que cuando me conoció, años atrás, en Barcelona, yo era más viejo y ahora algo, quizá la escritura, me ha rejuvenecido.

He escuchado otra vez las voces de los poetas de mi juventud, leí sus poemas en un libro que comparten, como compartieron tantas otras cosas: la sensación del exilio, la soledad de la escritura, las lenguas y la memoria de América Latina. A Gelman le desaparecieron a su hijo y también le arrebataron a su nieta. Las dictaduras del Cono Sur, juntas como tantas otras veces, pretendieron hacer trizas a Gelman. Pero Gelman salió indemne, no fue vencido, siguió escribiendo con la certeza de que nada iba a lograr con sus poemas, sino sólo escribir. No le iban a devolver a su hijo por ellos. Pero sí encontró a su nieta, muchos años después. Esta noche (la del viernes), empieza el encierro en 16 provincias del Ecuador. Me gustaría volver a escribir poemas, como era mi deseo cuando tenía 21 años. Cuando entrevisté a Juan Gelman. Pero con un poema no tomaré el poder, no haré la Revolución, ni con miles de versos haré la Revolución. Me siento a la mesa y escribo. (O)