Ahora, cuando el presidente de la República, Guillermo Lasso, ha decidido bajar a la arena a luchar como los antiguos gladiadores acusando a políticos ante instancias administrativas y penales, ha pasado a correr peligros de los que las leyes y las tradiciones han querido librar a los jefes de Estado. Por eso se les concede un fuero especial. La misma fuerza que le dan las leyes se convierte en debilidad, porque si gana el pleito se dirá que fue por el poder de su cargo, y, si lo pierde, por lo infundado de sus acusaciones, y habrá convertido en perseguidos políticos a los denunciados.

He dicho reyes en el titular, porque no hay mejor ejemplo que lo que le ocurrió a la célebre reina de Francia, María Antonieta, cuando, en su ira, acusó al cardenal de Rohan de haberla mezclado en lo que resultó ser una estafa de una noble venida a menos, en el bullado asunto llamado El Collar de la Reina, objeto de tantos relatos históricos y novelados. La reina era inocente, y el cardenal era un gran bobo, que cayó en una trampa. Este pidió ser juzgado por el Parlamento, el que lo absolvió, y la reina quedó desairada. Además, durante el proceso, la maledicencia pública terminó con la reputación de la reina, que tuvo que dejar de asistir a espectáculos públicos para no recibir silbatinas, y todo lo dicho en su contra fue empleado por sus jueces revolucionarios en la condena a ser guillotinada.

El que el presidente tenga que gestionar directamente el apoyo a sus leyes, y luego tenga que descender a acusador ante instancias administrativas y judiciales, denota que sus ministros o no tienen habilidad negociadora o que es muy difícil llegar a acuerdos con tantos bloques legislativos como los que existen en una Asamblea que es una colcha de retazos.

Por supuesto que al presidente le corresponde censurar y combatir a una Asamblea que bloquea sus iniciativas legislativas, pero ese combate tiene que ser de orden político, no judicial. Todos los insultos que ha proferido contra la Asamblea deberían responder a un fin político. Por algo habrá dicho Unamuno que hay que saber insultar.

Puede ser que el presidente esté pavimentando el camino para soluciones heroicas a las que parece que tendrá que recurrir si los caminos de entendimiento se van estrechando, y no se encuentre otro camino que la disolución de la Asamblea Nacional.

Hasta hace algunos meses pocos hablábamos de la muerte cruzada; hoy el clamor por ella se ha multiplicado; se ha tornado en un poderoso reclamo. Como lo he manifestado a los creyentes en las encuestas, estas solo se refieren al momento presente, no a lo que ellas reflejarían después de haber sido disuelta una Asamblea tan desprestigiada y con tan bajos índices de credibilidad y aceptación.

En una nueva elección, el presidente podría traer un sólido bloque de legisladores, lo que disminuiría el número del de los partidos contrincantes. El haber disuelto la Asamblea y gobernar luego con decisión y acierto los siguientes cien días abonarían a su reelección.

Los pueblos siguen a los líderes decididos. (O)