Creerse los puros, los intocables, los que siempre tienen la razón, y que en nombre de esa razón pueden avasallar, quemar, destrozar, insultar, golpear es de las peores cosas que le pueden pasar a un conglomerado social. Se lo creyeron los nazis, los blancos sudafricanos, lo creen casi todos los conquistadores antiguos y presentes. Los poseedores de una “verdad religiosa”, llámase talibanes, los jueces de la Inquisición, la jerarquía política de Corea del Norte. Y lastimosamente lo creen muchos de los que han sufrido la opresión de los demás. Sean personas, pueblos o razas. Y en nombre de la opresión sufrida gozan con la revancha, el desquite, la humillación de aquellos a quienes consideran sus enemigos.

Todos los “puros” tienen un común denominador: generalizan. Ponen etiquetas, hacen enemigos que convierten en muros contra los que hay que arremeter, no los miran a la cara, no buscan comprender, se yerguen en justicieros.

Los verdaderos líderes no pueden liderar un país al que no aman. Cuando están encerrados en la historia de su opresión y sufrimientos de siglos, que tiene luces y sombras, porque la historia tiene aciertos y retrocesos, como lo tiene cada ser humano, cuando se excluye de la propuesta y el quehacer político a quienes no son como nosotros, todos los abusos son posibles y las dictaduras de cualquier tipo están al acecho.

Las mejores páginas de nuestra historia común están escritas por seres humanos que han trascendido las divisiones, el odio y el resentimiento para encontrar caminos que construir cuando todo se deteriora.

Conocí a un exprisionero nazi francés, me alojé en su casa, donde me recibió por quince días, y mi asombro era total cuando me hablaba de los campos nazis, de su experiencia, de los sufrimientos. Parecía no guardar rencor. Pero mi estupor fue enorme cuando partió a la frontera con Alemania para encontrarse con su carcelero, con su verdugo, y sembrar juntos un árbol. Lo hacían una vez por año.

Viktor Frankl, sobreviviente del Holocausto nazi, en su libro más conocido El hombre en busca de sentido, explora la capacidad de sobrevivir y de construir cuando el ser humano se queda solo, sin nada que sostenga su existencia y solo le queda la responsabilidad consigo mismo y con los demás.

Nelson Mandela tendió puentes con sus verdugos para poder llevar a su país, el país de las múltiples razas, a un entendimiento y evitar la guerra civil. Habían sufrido décadas de opresión y humillación, de desprecio y exterminio, pero buscó acuerdos que respetaran su identidad, su dignidad y la necesidad de salir adelante como sociedad. Necesitaban a los blancos y los blancos necesitaban a los negros que habían despreciado. El país se hacía con todos y en esa tarea continúan, pero marcaron un hito importante en la historia común de toda la humanidad, no solo de Sudáfrica.

Estamos como sociedad frente a un enorme desafío, el país está dividido, empobrecido, desorientado por todas las mafias de narcotráfico y de corrupción que hacen y deshacen frente a una desidia generalizada, que nos arrincona como si nada pudiera cambiar. Llamar a levantamientos violentos y caos generalizado, por más que venga de alguien que pertenece a nacionalidades oprimidas, es irresponsable y desdice de lo que plantean. (O)