“Recién cumple cuatro meses de gobierno y ya le están buscando reemplazo al Lasso”. Fue el comentario, hace tres semanas, de un taxista quiteño, mientras sonaba en la radio una entrevista a un personaje político, nominado (o autonominado) como candidato presidencial para las próximas elecciones. De manera tan temprana, nuestra prensa y redes sociales ya nos han presentado al menos tres o cuatro “presidenciables para el 2025″, aunque considerando la lógica contingente de nuestra política, sería mejor llamarlos “los prepresidenciables”. ¿Tanta anticipación refleja la madurez, planificación, organización, consistencia ideológica y sólida estructura de nuestros partidos políticos? Me temo que no. Pienso que este fenómeno ecuatoriano de la “nominación precoz” es análogo al de aquella eyaculación que se produce en otro espacio, con frustraciones más o menos equivalentes.

¿Qué significa el que en nuestras recientes elecciones participaron 280 partidos y movimientos políticos, cuya idiosincrasia heteróclita ha producido, de manera igualmente precoz, los escándalos que ya surgieron en este engendro llamado Asamblea Nacional 2021? Dicen que había una época en la que en el Ecuador existían partidos políticos. Luego aparecieron los “movimientos políticos”, con toda la fluidez cambiante e inasible en su composición e ideología que les confiere el movimiento. De un tiempo a esta parte, más bien asistimos a la proliferación de las familias, jorgas, galladas, roscas e incluso pandillas políticas. ¿Qué caracteriza a todos estos fenómenos tan ecuatorianos? Creo que coinciden en algunos rasgos:

La convergencia sobre algún personaje popular, al que se le viste de outsider” para proponerle que él puede ser asambleísta o presidente del Ecuador, haciéndole creer que él puede lograrlo. La ambición y el narcisismo de dicho personaje, quien se cree todo lo anterior. El oportunismo de quienes utilizan al personaje. El desempleo rampante, la pobreza, la falta de educación y espíritu crítico, y la fantasía mesiánica que caracterizan, lastimosamente, a una proporción importante de nuestra población. El amor por el dinero de algunos empresarios, que deciden invertir en uno o dos “prepresidenciables” a la vez, porque luego podría ser un buen negocio. La desinstitucionalización, o más bien la atrofia institucional de nuestro Estado y de nuestra vida social en general. El fracaso de nuestra educación superior, que conduce a algunos jóvenes profesionales a ganarse la vida en la política, a falta de empleo en su propia carrera. La apatía dominante en nuestra clase media, alejada de los debates que deberían concernirle. Y así…

Vivimos una bancarrota nacional presente de la que todos debemos ocuparnos para inventar alternativas de trabajo y ponerlas en acto. Esta anticipación de “los prepresidenciables” ofende nuestra inteligencia y sentido de realidad. ¿Por qué no se dedican más bien a producir para levantar el Ecuador del 2021? Porque es muy fácil sentarse a criticar desde las gradas esperando que les llegue el turno de “salvar al país”, y gozando de la promoción gratuita y acrítica que les regala una prensa incauta… o vivísima. (O)