“Qué importa la raza, tampoco el idioma, si al fin lo que cuenta es lo buena persona. Si es del altiplano o de tierra caliente, si al fin lo que vale es que sea buena gente. Qué importa su credo, si es hombre influyente, si al fin lo que cuenta es la gente decente”. Póngale ritmo de una bachata y la voz de Carlos Vives y estamos ante su éxito Carito.

Esta parte de la canción la recordé luego de ver por televisión los escándalos correspondientes a la semana pasada: el arresto con fines investigativos del contralor Pablo Celi y la decisión del alcalde de Quito, Jorge Yunda, de no renunciar.

Los dos, al parecer, no logran establecer la relación que debe existir entre el servicio y la moral públicos. Ya son algunos años, pero es inolvidable el escándalo que protagonizó Celi cuando peleó con uñas y dientes por quedarse en su cargo. Ahora, desde la cárcel, enfrenta una investigación fiscal, que comenzó por un proceso en Estados Unidos, con acusaciones muy serias. ¡Y qué decir del alcalde de la capital! Quito tiene varias semanas a la espera de alguna solución política frente al lío judicial en el que están involucrados él y algunos de sus colaboradores más cercanos.

Hay que seguir hablando sobre estos nuevos acontecimientos, aunque la ciudadanía esté hastiada de la corrupción, porque los servidores públicos, del rango que sean, deben ser responsables de sus acciones y decisiones. Deben respetar la confianza que les brindan cuando son nominados y olvidarse de esa falacia de que los cargos son para hacer plata.

Yo creo que como ciudadanos debemos plantear varias preguntas a los protagonistas de estos días. Ahí les van algunas al alcalde y a los concejales: ¿En qué norma o manual político se dice que cuando se abre una investigación por presuntos hechos de corrupción la mejor alternativa es postergar o evitar las reuniones de su órgano controlador? ¿Desde cuándo la mayoría de un órgano legislador y fiscalizador antepone sus intereses políticos por sobre la ciudad? ¿Acaso primero hay que hacer cálculos políticos antes de decidir pedir cuentas? ¿Dónde queda la representación de los intereses de sus electores o creen que hay satisfacción con las maniobras que han hecho para evitar tomar posturas firmes? ¿Están esperando que la marea baje para actuar como si nada hubiese ocurrido?

Ahora otras cuántas al contralor: ¿Lo que ocurre actualmente explica su empeño en defender su cargo desde hace años? ¿Qué dicen los grupos políticos y sociales que lo apoyaron para que reemplace a Carlos Pólit de la manera que lo hizo? ¿Dónde estuvieron los responsables de controlar su accionar como funcionario público? ¿Nadie en esas oficinas notó ni escuchó nada de lo que ahora es motivo de investigación?

Una forma de fortalecer la democracia es la rendición de cuentas. La justicia hace su parte, pero los responsables políticos, de vigilar que los funcionarios cumplan con sus obligaciones, deben actuar en consecuencia. Eso también ayuda a generar respaldos al accionar de la justicia. No hablo de injerencia, sino de apoyo desde otra línea, porque lo que vale –como dice la canción de Vives– es la gente decente. (O)