¿Cómo lo va a hacer? La pregunta la he escuchado hacérsela a la mayoría de los candidatos a la Presidencia de la República para los comicios del próximo 20 de agosto, o mejor diré, a los que se han dejado escuchar en espacios públicos sin preguntas pactadas. Y las respuestas a ese requerimiento puntual, fundamental para saber los reales alcances de sus propuestas, son muy variadas, y algo insólitas.
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“Sin que me tiemble la mano”, dijo uno de ellos como elemento de suficiencia, seguido del menosprecio a una posible oposición o pugna de poderes, porque “el presidente soy yo”, reiteró enérgico, generando escalofríos a quienes ya hemos escuchado eso recientemente. “Con los mejores hombres y mujeres” fue la respuesta de otro, quien considera que con eso y su experiencia empresarial basta. Frase cliché, que puede usarse en un sinnúmero de escenarios. “Conversando con todos los sectores”, dijo otro, que algo de valor le dio al proceso que involucra el intercambio de criterios con las otras funciones del Estado y sobre todo la Legislativa, en la que ninguno de los presidenciables de ahora puede ni remotamente afirmar que tendrá mayoría propia, ni siquiera con sus aliados, porque el escenario que se viene luego de la muerte cruzada es nuevamente de una Asamblea Nacional fragmentada, en la que negociar será inevitable.
La campaña, como el papel, lo aguanta todo en materia de promesas y supuestas historias de vida que igualmente dan supuesta solvencia intelectual y de trayectoria a quienes se han lanzado en pos de gobernar 16 meses, un periodo de muy limitada acción, sin duda.
De los dos momentos claves que tiene esta situación, atravesamos el primero, el menos sensato, el de la propaganda, manejada por el marketing político, que como ocurre siempre, aquí y allá, prioriza, endulcora y hasta exagera sin ningún remordimiento la figura y trayectoria del candidato. Dice a los votantes lo que quieren oír y crea estrategias para minimizar los impactos de aquello que podría poner en duda su real capacidad ejecutiva, en el caso de los presidenciables; y legislativa y fiscalizadora, en el caso de quienes pugnan por volver o ir nuevos a la Asamblea.
Es el momento de las promesas, en medio de un mar de inseguridad, desempleo y desencanto social, donde todos dicen tener la fórmula mágica para remontarlo en 16 meses y luego irse a su casa si el “cómo” no llegase a ser del agrado de la ciudadanía.
Justamente ese “cómo” que ahora todos esquivan rige el segundo momento clave. El día después de haber ganado, cuando hay que tomar el control del Estado y hacer primero que las cosas fluyan, mientras se aplican las variantes prometidas, en una especie de cambio de llantas sin parar el vehículo. Ese es el momento de gestionar la política, de lograr la gobernabilidad que fue esquiva para el Gobierno saliente, y de apuntar hacia la gobernanza: hacer que todos los involucrados en un proceso participen de la solución, sin importar sus colores ni consignas.
Ese segundo momento debería ser el de la madurez política. Inútil buscarlo ahora, incluso antipático para las barras, porque son tiempos de baratillos de ofertas donde vale todo. (O)