El COVID-19 no se va a ir nunca. Hay que aprender a convivir con él. El distanciamiento social tiene que racionalizarse: mantener lo indispensable, deshacerse de lo superfluo y, tarde o temprano, levantarlo. Muchos médicos que atienden a pacientes con

COVID-19 en los hospitales están alarmados por el incremento de casos en enero y piden que el COE mantenga medidas estrictas de distanciamiento social. Pero es el momento de ser más selectivo. La política debe, por una parte, motivar a las personas a vacunarse y, por otra, permitir el contacto social de manera controlada.

No hay evidencia de que la asistencia a las escuelas sea causa de contagio masivo, peor de muertes. Hay que volver a las aulas, con vacunación, mascarillas y aforo limitado. Son ya dos años que niños y adolescentes están en educación virtual, la que puede arrojar resultados aceptables cuando la familia tiene suficientes computadoras o tabletas para todos los educandos, internet confiable y madre (o padre) que teletrabaja o no trabaja. En otras palabras, solo en ciertas familias acomodadas. El resto, sobre todo en hogares de bajos recursos, el resultado es dos años de escolaridad perdidos.

Niños y adolescentes necesitan socializar como parte de su desarrollo. Sin asistencia a clase, tienen que frecuentar reuniones sociales, donde no hay control de barbijos y distanciamiento. Si tomamos esto en cuenta, es posible que el efecto neto de la educación virtual sea el aumento de los contagios. El cierre de escuelas por dos años fue un sacrificio indispensable, porque no había vacunas. Esa situación ya fue superada.

No hay que desesperarse con que no pueda extinguirse al COVID. Aún está con nosotros una versión ligera de la gripe española que hace cien años segó 50 millones de vidas, y es una de las gripes que nos postran sobre todo cuando cambia el clima. Según la OMS, al año hay entre 3 y 5 millones de casos severos de gripe en el mundo, y el desenlace de la décima parte de esos casos es la muerte. Sin embargo, ningún país toma medidas de distanciamiento social para impedir el contagio de la gripe.

España se prepara para incorporar el COVID al protocolo de seguimiento de la gripe. Helena Legido-Quigley, la experta catalana que forma parte del panel independiente impulsado por la OMS, aconseja que “como sociedad es hora de que tengamos el debate de cuántas muertes diarias de COVID estamos dispuestos a asumir para volver a la rutina y pasar página”. (El País, enero 10).

Cada persona que se contagia de COVID adquiere inmunidad que evita que un nuevo contagio sea severo. Las vacunas también protegen de una afectación grave. Tarde o temprano prevalecen cepas atenuadas, porque cuando el contagiado muere, es hospitalizado o aislado, la posibilidad del virus de propagarse se frustra; en cambio, una cepa leve se propaga con más facilidad y desplaza a las otras. Con este proceso, la pandemia se convierte en epidemia. El peligro que el contagio representa a la ciudadanía aminora. En todo el mundo se reduce el plazo de aislamiento de los contagiados: en España, a 7 días; en Inglaterra, a 5; e igual prescriben las autoridades de salud de EE. UU.

Para quienes tienen completa su vacunación y no son vulnerables por avanzada edad o enfermedades crónicas, como dice Guillermo Lasso, el contagio con ómicron es una gripe fuerte. (O)