En efecto, la libertad de expresión es un derecho humano que ha sido desarrollado a través de diferentes sentencias, que ha hecho perfeccionarse su alcance. ¿Por qué? Sencillo, querido lector, este derecho permite observar, y criticar a los funcionarios públicos que por su decisión personal han querido someterse al escrutinio público, y pues dentro de las mismas sentencias de las diferentes cortes de derechos humanos se ha analizado profundamente, y aunque no es un derecho absoluto, permite el ejercicio de la democracia, del control a los abusos del Estado, la denuncia mundial ante actos de terrorismo político, actos de guerra, desapariciones, corrupción. En fin, si lo piensa bien, cualquier cosa de la que usted se haya enterado, sea agradable o totalmente lo contrario, lo ha hecho a través de alguien que ejerció su derecho a la libertad de expresión.

Y sí, mi amigo lector, este derecho ha incomodado; por este derecho han sido perseguidos sus ejercedores, como un colega de este mismo Diario; incluso, por el ejercicio legítimo de este derecho han llegado a matar a periodistas. Es un derecho facinantemente encantador y, créame usted, soy a título personal uno de sus más aguerridos defensores.

Pero como se lo mencioné en líneas previas, no es un derecho absoluto, porque no se puede transgredir los límites de la dignidad de una persona, hacer apologías del delito en nombre de la libertad de expresión, o difamar sin tener sustento de lo que se ha denunciado.

Sin embargo, hay una línea casi transparente que en el ejercicio en buena lid de la libertad de expresión debe ser respetada.

Decir una verdad a medias, es mentir, les guste o no, denunciar supuestos actos de corrupción sin contrastar la información por agradar a un sector político es el peor acto de corrupción porque han vendido su alma y su libertad al mejor postor, dilapidar a la justicia sin entender de derecho, para enardecer a los que ignoran su ejercicio, aprovechar de su credibilidad para difundir odio e imponer a la fuerza su verdad, todo esto, sencillamente no es ético, porque aquellos que gozamos del mucho o poco ejercicio de libertad de expresión, tenemos un potente derecho en nuestras manos; y si decidimos ejercerlo, debe ser porque prima una verdad objetiva: denunciar para que las autoridades competentes regulen lo que está mal, y no ejercer presión para que se imponga lo que creemos desde nuestro espacio que es lo correcto, porque no somos portadores de la palabra verdad.

Aunque sea tentador aprovechar espacios para decir lo que pensamos en contra de algo injusto, esta información debe ser lo más objetiva, investigada y contrastada verdad que podamos brindar.

No pretendamos más dictar sentencias por medio de la televisión, o de las redes sociales, como estamos acostumbranos a ver, ni abonemos una justicia sometida al qué dirán los medios, o a una politización de la verdad.

Ya que es un deber de corresponsabilidad, de ética, de entereza, con las personas que nos leen o escuchan, es el deber de respetar la sangre que ha corrido por la defensa de la libertad de expresión, para que sea una verdadera libertad y no una red de mentiras e infamias. (O)