La felicidad importa mucho en la vida. Es determinante de nuestro éxito o de nuestro fracaso. Primero hay que ser felices y luego exitosos en las diversas facetas de la vida. Por lo mismo, esa felicidad hay que saber gestionarla. Y gestionar la felicidad comprende lograr superar las heridas más difíciles: las del alma. No tiene importancia el origen de esas heridas. Están ahí y hay que superarlas. Es necesario asumirlas como un desafío. Si nos ponemos a meditar en la justicia o la injusticia de la situación que las produjo perdemos el tiempo. Esas otras heridas están ahí y pueden ir carcomiendo nuestras vidas como una polilla silenciosa, y terminar arruinando nuestra salud. Hay que asumir la felicidad como una necesidad, como una materia prima que puede transformar nuestro futuro, el entorno. Sus beneficios pueden ser incalculables. Una sociedad, una economía puede ser más competitiva si la suma de las felicidades individuales aumenta progresivamente. El que ha sido sentenciado y ha cumplido una pena por un crimen que no cometió va a tener siempre la huella de esa injusticia. Esa huella no podrá borrarse, pero sí puede derrotarse lo sustancial de sus fatídicos efectos. El horror de haber vivido la cárcel puede ser una oportunidad para ayudar a mucha gente víctima de la injusticia y la pobreza en esos lugares. Decía Honorato de Balzac que las leyes son como las telas de araña: los grandes insectos las pasan fácilmente, mientras los pequeños quedan atrapados.

(...) las leyes son como las telas de araña: los grandes insectos las pasan fácilmente, mientras los pequeños quedan atrapados

La traición hiere. Claro que sí. La traición a los ideales, al Estado de derecho, a los compromisos, a los esfuerzos por alcanzar una causa es algo penoso. Pero ¿debemos vivir lamentándonos por ese pesar? No. Tratar de descubrir las causas de la traición y desgastarse en ello no vale la pena. Elaborar hipótesis para descubrir sus razones es regresar al pasado. A este hay que acudir como motor para lograr la felicidad: para repetir y mejorar lo vivido, o para tomarlo como una lección a descartar para siempre. Un grado de compasión, empatía y solidaridad siempre vienen bien. ¡Cuántos problemas personales, laborales y de negocios pueden superarse sobre la base de la empatía! Talvez una de las mayores carencias de la sociedad consista en la falta de ella. En efecto, es un punto de partida para la solución de tantos problemas “la capacidad de entender la perspectiva de la otra persona”, “la capacidad de sentir lo que otra persona siente”. Ciertos negativos sentimientos no se pueden justificar, pero se pueden entender si uno se pone en la posición del resentido. A partir de ahí pueden darse cambios importantes. Cualquiera que sea nuestro papel en la sociedad debemos luchar por superar “las otras heridas”. No están en el cuerpo. Están instaladas en el alma. Hay que reconocerlas, aceptarlas y expulsarlas. Tarea difícil, más aún si son producto de la injusticia, del desamor, de la persecución judicial, de los odios. ¡Siempre hay que salir adelante, superar las dificultades y luchar por la felicidad! (O)