Estábamos con un grupo de jóvenes conflictivos, que iban a participar en un taller.

Se formaron para entrar en un gran salón y se les dieron unas bolsas grandes de papel, que tenían huecos para los ojos y la boca. Todos se las pusieron sobre los hombros y se sentaron en círculo. Gran expectativa. Nadie decía nada. Después de unos minutos que se hicieron eternos, alguien se levantó, se sacó la máscara y se presentó. Dijo su nombre y dio información sobre su ocupación, dónde vivía, cuál era su grupo de referencia. Dobló el papel y el rostro quedó a la intemperie. Observado por todos.

Poco a poco otros se animaron a hacer lo mismo. Algunos se presentaban sin sacarse la máscara, decían sentirse más cómodos con ella y continuaban toda la mañana trabajando en las diferentes propuestas, sin inmutarse. Algunos participantes intentaban sacársela, pero la defendían con ahínco. Algunos solo observaron, sin presentarse ni sacársela.

Hemos hecho la misma dinámica con diferentes variantes. Máscaras de plástico, todas iguales; diferentes para que eligieran cuál querían ponerse. Y siempre reacciones similares. Algunas veces varias personas se han negado a ponérselas. Dijeron que no les gustan las máscaras. Que prefieren no usarlas.

El ejercicio de votar (...) es mostrar nuestros anhelos de las autoridades e instituciones que queremos.

Cada uno de nosotros lleva puestas diferentes máscaras, según el rol que queremos desempeñar en la sociedad o que la sociedad nos impone, según nuestras relaciones, y a veces según las horas del día.

Para liberarnos de ellas, tenemos que tomar conciencia de que las llevamos. Descubrir qué nos permiten esconder y cuándo estamos tan identificados con ellas que ni siquiera queremos quitarlas. Preguntarnos para qué nos sirven, qué conseguimos cuando las llevamos puestas y de qué nos arrepentimos cuando no nos atrevemos a sacarlas.

Encerrados en la jaula durante tanto tiempo, ¿nos permitimos volar con nuestras propias alas o nos definimos por los barrotes que nos ponemos y que ponemos?

¿Quiénes nos ponen las máscaras? ¿Nuestras parejas, familiares, amigos, compañeros de trabajo, el grupo al que pertenecemos, las redes sociales en las que participamos, las opciones políticas que tenemos, la religión que profesamos, la ropa que vestimos, la edad que tenemos, el país donde nacimos, la comida que nos gusta, el barrio en que vivimos, la música que escuchamos, las fotos en que nos mostramos?

Pero nosotros también ponemos máscaras y nos ufanamos de ello. Y así entre todos vamos moldeando la realidad de acuerdo a nuestros prejuicios y nuestras etiquetas. Decimos que amamos la libertad, pero le tenemos un profundo miedo. Miedo a ser vulnerables si nos mostramos como somos, personal y colectivamente. Miedo a descubrir nuestros talentos y aportar algo único. Miedo al asombro de los demás si descubren algo de lo que de verdad somos.

El próximo domingo haremos un ejercicio masivo de quitarnos y quitar las máscaras, de reconocer disfraces y descubrir las caretas ocultas.

El ejercicio de votar, de elegir, es mostrar nuestros anhelos de las autoridades e instituciones que queremos. Es también sacar la máscara a los candidatos y decirles así los veo, sé su vulnerabilidad, confío en usted y su equipo y por eso los elijo, y también por eso a otros les niego mi voto. (O)