Pocos son los foráneos que pueden entrar y salir de zonas peligrosas del país sin que les pase nada. Conozco algunos y cada vez que logramos reunirnos pregunto con qué Ecuador se encuentran. Hoy en día, en estos meses de violencia, que inundan las noticias y los contenidos en redes sociales, sus relatos no son nada alentadores especialmente en lo que concierne a esos miles de jóvenes (incluidos niños) que sobreviven en las zonas olvidadas, como son Esmeraldas y Manabí.

Son historias que, además, cuentan la incompetencia del Estado (lo que incluye a los gobiernos seccionales y al Gobierno central), que no es capaz de construir oportunidades para ellos, o de apuntalar procesos internos de las comunidades, a fin de dar alternativas a esos miles que quedan como potencial mano de obra para cualquier actividad delictiva como son el narcotráfico, la prostitución, la minería ilegal, el sicariato o los asesinatos por encargo.

En Ecuador hay, de acuerdo con la información de los órganos de seguridad, 15 grupos delictivos violentos locales, sin contar con los que se encuentran en los países vecinos, que generan presión en las zonas fronterizas, y las mafias. En un país como este es una cifra que produce miedo.

¿Qué es lo que han encontrado? Estas son sus brevísimas historias:

Relato 1: “En Muisne hay drogas por todo el lugar, no solo porque por ahí pasa, sino por el consumo interno. A los adictos se los puede ver deambulando por las calles, con las miradas perdidas. Cuando necesitan dinero para sus dosis o comer, roban lo que pueden, los llaman los robos de pobreza. También se meten en las concheras y sacan lo que pueden, sin respetar los ciclos de producción”.

Relato 2: “Hay niños con fajos de dinero en las manos, casi no las pueden cerrar por lo gruesos que son. No me atrevo a decir cuánto dinero llevan, pero es bastante para una zona tan pobre. Algunos de esos niños están entre los 10 y 12 años y manejan las apuestas de las competencias que se arman. Vi cómo se movían por toda la cancha, porque ese día había un partido de vóley”.

Relato 3: “Un joven, que rondaba sus 20 años, robó en una de las ciudades de Esmeraldas y huyó a otra. Tres días más tarde lo encontraron. Cuando se vio arrinconado, sacó su pistola y se metió un tiro y murió. Estos jóvenes prefieren morir a ser atrapados. La vida no vale nada para ellos”.

Relato 4: “En Manabí, la gente sabe cuándo no entrar a una playa. Si hay personas frenando el paso o camionetas al filo de mar, deben dar la vuelta y salir. Saben que en breve llegarán lanchas para entregar la droga. Vi cómo, luego de saludarse amablemente, porque era evidente que se conocían, nos dijeron que por ese día no se podía disfrutar del mar. Las camionetas 150 ya habían tomado posesión del sitio. Dimos la vuelta y nos fuimos”.

Relatos así se pueden multiplicar por cientos. Ese es el país en el que vivimos, en donde la pobreza y la desesperación son malas consejeras y pueden llevar a cientos a delinquir para sobrevivir. La salida a esto es, como se ha repetido cientos de veces, educación, empleo, trabajo con las mismas comunidades para buscar su desarrollo. (O)