Siempre se escucha decir, sobre todo a los políticos y a los gobernantes de turno, que los niños son el futuro del país. Y cada vez que esto ocurre, nos preguntamos de qué niños y de qué porvenir están hablando. Porque, lamentablemente, tenemos una tasa de desnutrición infantil del 27 % en menores de 2 años y del 39 % en la población indígena. Esto significa que el coeficiente intelectual de quienes la padecen no es ni será muy alto, por lo que esos jóvenes y adultos del mañana no serán, por consecuencia, los mejores trabajadores del mercado, productores, industriales o inversionistas.

Si a esta triste realidad le agregamos la drogadicción –sin hablar del miserable entorno en el que viven–, nos enfrentamos, entonces, a la realidad que nos devuelve el espejo: un país sin futuro promisorio, porque quienes están envueltos o atrapados en el mundo de las drogas no son solamente aquellos que viven en la pobreza, sino los jóvenes, hijos de gente adinerada, que por desgracia han caído o están cayendo en este mal, “... desde menores que han llevado a sus colegios pastillas de éxtasis para repartir a todos y hasta madres de familia adictas a tranquilizantes...”, según información de EL UNIVERSO del 28 de abril.

Ya basta de enfrentarnos por el poder político y de dejar en jirones los temas trascendentales como este.

Quizás, nos conformamos cuando por la prensa nos enteramos de que toneladas de sustancias estupefacientes han sido interceptadas para evitar su exportación a otros lares. Pero ahí no está necesariamente nuestra preocupación, porque siendo estas dirigidas al exterior, la situación a controlar pertenece al destinatario y no a nosotros. ¿Pero la que se produce para el consumo interno? ¿Cuántas toneladas son? ¿A cuántos llega? ¿A cuántos destruye? ¿A cuántos les carcome el cerebro? ¿Cuántos se convierten en guiñapo? ¿A quiénes vuelve más ricos y a quiénes destroza más? ¿No es un arma de destrucción lenta y masiva?

Lo peor de todo es que no vemos un plan consistente, sistemático, bien concebido y difundido para emprender en la prevención y rehabilitación de los enfermos, y en la lucha contra el microtráfico, que hace de esta nefasta mercancía accesible al bolsillo de cualquiera. Los robos de poca monta, en su mayoría, como de celulares, son, generalmente, para obtener dinero para sustancias prohibidas.

Es necesario emprender, lo más pronto posible, una campaña similar a la de la vacunación contra el coronavirus. Que será más difícil, sin duda. Pero todos estamos obligados a ello si queremos salvar el futuro del país, comenzando por el presidente de la República, quien debiera liderarla.

Ya basta de enfrentarnos por el poder político y de dejar en jirones los temas trascendentales como este. La atención ciudadana está centrada en lo que ocurre, por ejemplo, en la Asamblea, donde se refleja no una disputa por quién sirve más al pueblo sino por quién puede y abarca más. No es posible que nuestros gobernantes se ataquen entre ellos, tratando de hacerse con la presa más grande. No, señores, el país es de todos, no solo de ustedes, que se deben a este conglomerado deprimido que se llama Ecuador, que, al paso que va, no tiene futuro, porque una comunidad con el estómago vacío y/o el cerebro carcomido por la drogadicción no va a ninguna parte. (O)