Somos extranjeros en el país de las tinieblas, foráneos en el lado lúgubre del tiempo. Una bandada de monos ancestrales se apretuja sobre una rama en la noche africana que el pavor eterniza, la caída hacia el vacío sin luz y sin final significa la muerte. Desde entonces el miedo a la oscuridad está marcado indeleblemente en nuestra esencia genética. Animales frugívoros, el sentido predominante en nuestra percepción es la vista, el más apropiado para conseguir nuestro alimento favorito, además es el más preciso y poderoso, podemos ver a muchos kilómetros de distancia. Pero, ay, sus prestaciones son a medio tiempo, en la noche estamos casi inermes, son las horas del enemigo, del poderoso olfato del lobo, de los ojos privilegiados de la pantera, del oído absoluto del vampiro. Para sobrevivir en el ámbito nocturno la especie desarrolla el miedo, que nos fuerza a huir de los ruidos y de lo desconocido, a refugiarnos en el grupo y en lugares seguros; y el sueño, que nos inmoviliza para exponer la mínima silueta al predador.

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Llegado el simio a nivel humano, comienza a perder el espanto y al domesticar el fuego logra la victoria completa sobre la noche. Seguramente ese fue el instante en el que la divinidad insufló espíritu en el barro evolucionado. Y desde entonces el vientre negro del cielo nocturno fue rasgado por teas, hogueras, cirios, lámparas, alumbrados públicos, anuncios comerciales, que ahogaron en luz la sagrada oscuridad. Esas hemorragias, lahares, inundaciones de claridad artificial mataron las estrellas. Nix, la diosa de la noche, es muy poderosa, recordemos que al principio de los tiempos sus tinieblas cubrían los cielos, la tierra y el océano primordial del caos. Ella es madre de Moros o el destino, de Hipno o el sueño, de Momo o la burla, de Némesis o la venganza, de Éride o la discordia, un ejército de horrores cuya sola mención amedrenta y han colaborado con su madre para hacer que lo ganado por los humanos se convierta en un infierno o, por lo menos, en cualquier cosa menos en un paraíso.

La energía eléctrica sirve a la humanidad pero también le crea problemas

Los ciclos circadianos de las personas se encuentran alterados por el exceso de luz. En casi todas las ciudades grandes la noche transcurre en una semipenumbra, que no es la oscuridad completa que nos permite un sueño reparador. El insomnio es una verdadera epidemia; en las urbes, sobre todo de los países más desarrollados, quienes requieren de medicación para poder dormir son mayoría. Las estrellas han guiado a todas las especies, nos orientan incluso de un modo inconsciente, por eso no verlas es un factor depresivo importante, al punto de que ya varias ciudades están cambiando la orientación de la iluminación para que puedan mirarse los luceros. Como siempre, el problema se agudiza en los países pobres, el alumbrado público y comercial se confabula con niveles tóxicos de ruido, a lo que se añade el feroz estrés causado por la alta peligrosidad y violencia que caracteriza a los conglomerados urbanos del Tercer Mundo. El ancestral temor a la noche permanece en las comunidades menos educadas y se busca acallarlo con focos refulgentes, consumo de psicotrópicos y tuntún ensordecedor e interminable de tambores. (O)