Los latinoamericanos, y lo he dicho en muchas ocasiones, tienden mayoritariamente a buscar culpas del atraso de nuestras naciones, en factores externos: La “dependencia”, el “neoliberalismo impuesto de afuera”, “los mercados de capitales”, “las transnacionales explotadoras”, “el imperio”, “el centro periferia”, “los injustos términos del intercambio”, “el macabro sistema capitalista” y mil términos más.

Pero hoy estamos viendo una vez más un episodio que confirma que nuestros problemas tienen un claro origen: la impresionante capacidad que tenemos de cometer errores, y sobre todo, la falta de visión de futuro y cohesión nacional para enfrentar el reto del desarrollo y de salir de la pobreza.

Ese episodio que hoy nos alerta es la revancha que se está dando en Bolivia. Capítulo de una novela también preanunciada en el Ecuador, donde por muchas voces y canales, incluyendo a candidatos, se habla ya de sangre y venganza.

¿Será que en Finlandia, Noruega, Suiza, Nueva Zelanda, Australia, el Japón, o tanto país que ha logrado derrotar la pobreza y darles esperanza a sus pueblos, existe una revancha como la de hoy en Bolivia, y la previsible en el Ecuador si gana el Socialismo Siglo XXI?

La respuesta es definitivamente no. La pobreza no se derrota con el germen de la revancha y el odio.

El odio y la venganza son dos pasiones estériles. Nada bueno ha salido de ellas en la historia. Y el odio puede surgir de hechos concretos: alguien asesina al padre o a la madre de un sujeto, y este se llena de odio. No es justificable, pero sí explicable, comprensible. A alguien lo engañan, lo timan, y quiere vengarse de quienes le han hecho el mal. Tampoco justificable, pero se entienden esas razones. El odio puede venir por la afectación que alguien sufre en sus derechos, en su vida, en su propiedad, en daño a sus seres amados.

Pero existe otro odio, el que es más venenoso y el que es más destructivo. Aquel que habita en muchos que lo practican por ideología, por formación, por la esencia misma de sus convicciones. Pero no se conforman con sentir dentro de sí esa pasión malsana, sino que además buscan que ese odio se extienda a las clases sociales, y que estas entren en conflicto, para que sus “revoluciones” y “avances” puedan producir un supuesto cambio social que nunca llega por esa vía.

Más grave todavía, se preparan y usan técnicas para buscar que ese odio de clases se dé, y lo promueven, y se vuelve esto el centro de su vida, de su actividad, y de la política. Y si llegan a gobernar lo hacen con odio, y si son oposición odian, y luego odian al regresar al poder, y solo odiando entienden y dan sentido a su accionar político.

Este es el eje central de las existencias de quienes bajo el socialismo siglo XXI proclaman una lucha política de supuestas reivindicaciones sociales, conquistas y promesas del futuro. Odio que nació en Cuba, evolucionó y se consolidó en Venezuela, se entronizó en Nicaragua, fracasó con muertes en El Salvador, contaminó a Guatemala, ha destruido a la Argentina, casi fulmina al Ecuador, y está incendiando hoy a Bolivia en una hoguera de pasiones.

El Ecuador de hoy está lejos, muy lejos de necesitar odio, revancha y venganza. Necesita más que nunca en su historia de unidad de propósitos. Su situación de hoy, por problemas que se han venido acumulando sobre nuestra sociedad, no deja espacio alguno para las divisiones, para el odio o para la demagogia. Mucho hemos repetido que se impone un proyecto de unidad nacional.

Por ello, la visión de las elecciones de segunda vuelta debe ser buscar a quienes puedan lograr consensos, a quienes no hayan hecho de la división y el odio de clases el centro de la actividad política, para quienes deseen gobernar, y no venir al desquite, a la revancha, a la venganza, para quienes entiendan que sin esa unidad de propósitos no vamos a ningún lado.

El odio no da claridad. El odio nubla. El odio no permite ver en función del país, sino de las más bajas pasiones. Desde Hitler hasta Fidel Castro, pasando por todos los tiranos con odios visibles o encubiertos, jamás esa pasión produjo nada bueno.

Y quien hoy preside Bolivia, y antes se preocupó de manejar la economía en forma exitosa, verá esa economía derrumbarse, porque ahora se dejó llevar por la corriente del SSXXI, y no por los altos intereses de la nación boliviana. Que en el Ecuador de segunda vuelta entienda esto, y elija en la mejor forma posible, por la unidad, por un proyecto nacional, por la capacidad de juntar, y no por la capacidad de dividir, odiar y vengarse. (O)