Difícilmente se puede decir que el ataque de Rusia a Ucrania fue sorpresivo. Tampoco —de llegarse a concretar— si China hace lo mismo con Taiwán. Ambos países, desde hace años, dan señales de querer expandirse y pararse en la cúspide del poder mundial, desplazando por completo a Estados Unidos. Y también ha habido señales de que los organismos supranacionales no han podido o no han querido dar una respuesta a estas señales.

Los expertos en temas internacionales, a menos de 48 horas del ataque, ya hablaban de al menos tres pérdidas. La primera, de tipo político: esa estructura supranacional sufrió otro golpe al no poder evitar un conflicto, como es la guerra, cuando esa siempre ha sido su razón de ser. La segunda es de tipo económico: el precio de las materias primas, entre ellas el petróleo, subió, lo que se reflejará en la inflación que golpeará a todo el planeta, además del resto del impacto económico que habrá, producto de la globalización. La tercera pérdida será la social, porque habrá más pobreza y menos oportunidades, ya que la economía mundial apenas daba señales de comenzar a recuperarse luego de la pandemia del COVID-19, que tampoco termina de irse.

Sin embargo, creo que habría que aumentar un par de pérdidas más. Una de ellas es la ilusión y la otra es la tranquilidad. Los jóvenes de entre 18 y 25 años probablemente se sumarán a sus antecesores que, en regiones como la nuestra, han tenido menos probabilidades de construirse un mejor futuro, lo que incluye independizarse de sus padres, tener ingresos que les permitan vivir sin apuros, en suma, proyectarse una mejor vida que la que tuvieron sus progenitores.

Este grupo etario ya había perdido bastante con la pandemia. Millones de ellos —sin contar con los niños— por casi dos años debieron reducir el contacto con sus amigos, dejaron de asistir a los colegios y a las universidades, a los sitios de diversión y esparcimiento. Ya han pasado por bastante y ahora en el horizonte inmediato tienen ante sí la guerra.

El teatro de operaciones está a casi 23 horas de vuelo de nosotros, pero esos jóvenes lo están mirando. Las redes sociales y los noticieros se encargan de darlo a conocer. Ya han podido aprender cómo suenan las sirenas que advierten de un ataque aéreo, cómo la gente congestiona las autopistas para tratar de salir de las grandes ciudades, cómo lucen las ruinas provocadas por un bombardeo, cómo se despiden de sus esposas (o parejas o como quieran llamarlas) y sus madres los voluntarios que se quedan y los reservistas y soldados que deben hacerlo, cómo salen únicamente con lo que pueden cargar mientras caminan, cómo son atendidos los recién nacidos en refugios improvisados, con personal de salud que no se mueve de sus sitios. Lo que han visto como ficción, producto del cine, saben que puede propagarse rápidamente si se comete algún error. Y si ocurre aquel error, se quedarán con un futuro lleno de incertidumbres y de miedo, carente de tranquilidad e ilusiones, donde habrá más violencia, no por la expansión territorial impulsada por falsos líderes, sino por sobrevivir. (O)