Pocas palabras aspiran a definir una realidad tan compleja como la paz a la que aspiramos.

En su nombre se han realizado miles de guerras, millones de seres humanos se han sumado al fragor de las batallas, otros millones se han aislado en conventos desiertos, islas. Otras se han mezclado con las personas más olvidadas y compartido sus vidas y sus esperanzas. Se han hecho inventos, construido monumentos, compuesto melodías sublimes y pinturas sobrecogedoras. Se han creado templos, premios y universidades. Se saluda invocándola, y se despide a nuestros muertos deseándosela. Está presente en nuestras aspiraciones, portadas y periódicos. La anhelamos con todo nuestro ser y la negamos con nuestras acciones. Es escurridiza y está siempre presente.

Cuando se constituyó la Comisión para el Diálogo Penitenciario y la Pacificación, con la misión de erradicar las muertes violentas y la crueldad en los centros de privación de libertad en el territorio nacional, se tenía claro ese objetivo. En el camino se ha ido aprendiendo posibilidades de construirla. La paz no es la entrega de armas. La entrega de armas es un fruto, no está al comienzo, sino cuando el proceso avanza y se constituye en el símbolo de un cambio radical de grupos enfrentados.

Entre otras cosas, la paz es fruto de la justicia. Y en el caso de la crisis carcelaria, esa justicia tiene múltiples facetas. Porque su misma existencia nos dice que es la manera como los seres humanos encontraron la forma de castigar a otros humanos a quienes se encontró culpables de atentar contra los derechos de otros, desde su vida hasta sus bienes.

Se requiere, entonces, justicia para las víctimas de los delitos que llevaron a las PPL a la cárcel. Esa justicia debe ser rápida y eficaz: nos queda a los humanos inventar una justicia que también repare el tejido social, no solo que castigue. Justicia para las PPL que deben tener un juicio justo y eficaz. Este eslabón de la justicia está dañado o no existe. En muchos casos hay PPL que han cumplido toda su pena o la parte requerida de su pena; muchos no tienen sentencia a pesar de los tiempos transcurridos.

La Comisión ha constatado que las condiciones carcelarias en muchos centros se parecen a bodegas humanas, y en no pocos, a centros de tortura. Tortura del propio sistema, que los tiene hacinados, en condiciones sanitarias, educativas y de rehabilitación deplorables. Y también por las exigencias y condiciones que otras PPL imponen, muchas veces, a gran parte de la población carcelaria. Se ha podido constatar la ausencia del Estado en el control de las cárceles, la presencia de armas, drogas. Y sabemos que lo que ocurre en las cárceles repercute en las calles y viceversa.

Todos conocemos de las masacres cometidas a personas cuyo cuidado y protección está bajo la custodia del Estado. Es un problema sistémico, que necesita ser abordado en sus múltiples causas y ramificaciones, internas y externas. Es nuestro espejo, pero también puede ser nuestra oportunidad. Para cuestionarnos como sociedad porque hemos llegado hasta aquí y cómo podemos hacer para recuperar las calles, el entramado social, político, económico, deshecho, y lograr una ciudadanía que se pone de pie y trabaja para construir una sociedad equitativa, justa. Eso también es pacificar. (O)