La lluvia se ha vuelto la compañera de mis tardes. Me gusta ver llover. Miro la lluvia y me percato de que la pared de mi librería se está descascarando. Tomo el teléfono para llamar al pintor y, como a menudo me sucede, la memoria viene como un caudal de lava y, con el teléfono en la mano, recuerdo de golpe la casa de la abuela. Oigo la lluvia parada en el viejo zaguán de piedra, y el olor a cedrón y a rosa y a geranio y a malva, hacen que me olvide de la pared descascarada y me concentre en las tejas y en las paredes blanquísimas de la vieja casa. Veo a mi abuela y a mamá corriendo con ollas para atrapar el agua de las goteras. ¡Es que no ha venido el Gabriel!, se quejan. Gabriel era bajito, usaba poncho y vivía subido en la escalera: cambiaba tejas, pintaba paredes, puertas, ventanas… La casa nunca estuvo descascarada.

Antes de llamar al pintor reviso el mail, hay un mensaje del Servicio de Rentas Internas. No lo quiero abrir, verlo en la bandeja de entrada equivale a ver una tandacucha (mariposa negra), nunca es un buen augurio.

No me equivoco. Amablemente me recuerdan que nuevamente debo pagar el impuesto del 2 % sobre las ventas brutas que el gobierno de Lenín dejó de herencia a las microempresas.

¿En serio? ¡Pero sí a duras penas sobrevivimos! ¿Impuesto sobre las ventas brutas a las pequeñas empresas, inclusive a aquellas que lo único que pretendemos es trabajar por la cultura? ¡Maldita sea mi estampa! ¿Qué parte de ‘micro’ no entendió? ¡Debí ser banquera y no librera! ¿Y ahora?

No, señores del Servicio de Rentas Internas, no les daré gusto, nunca seré banquera. Sacaré el dinero del rabo del diablo y pagaré este absurdo e injusto impuesto, pero no, no les daré gusto.

¿Saben qué haré? Le pediré al exministro Richard Martínez que de ley gana superbién en el BID. Para él será una nimiedad lo que para muchos es una montaña. No soy la única en esta situación, los fregados somos un montón de gestores culturales. Ahora que tiene gran chamba, bien puede hacerse cargo, ¿no?

Me duermo con el arrullo de la lluvia. Mil tandacuchas me rodean. La pared seguirá descascarada, los proveedores furiosos me odiarán por el retraso en los pagos, los sueldos no pueden esperar, tampoco los servicios. Un millón de tandacuchas me rodea.

El teléfono me despierta, son las 8. Auxiliooo, ¡me dormí de largo!

Maestra de maestras, dice la voz al otro lado de la línea. Está feliz. Me incorporo.

Me encantó la ilustración de la tapa que hizo Vilma Vargas (@vilmatraca), me dice.

Las mariposas desaparecen y mi corazón agradece esta llamada de Yahaira Recalde. Su delicioso humor lo hemos recogido en un libro: Y eso sería todo, básicamente.

Talentosa, simpática, irreverente y libre, su escritura nos lleva de la risa a las lágrimas, para traernos de vuelta a la risa. En esta semana saldrá del horno y compartiré su felicidad, que también es la mía. Presentaremos el libro al aire libre y seguiremos dando batalla, porque un pinche impuesto no va a evitar que yo siga inventando cada día cómo vivir con ánimo, con alegría y con un profundo amor y respeto a los libros, aunque la pared siga descascarada. (O)