La imagen conmovió al mundo. Bueno, al menos al mundo occidental, a los que vemos aún lejos la guerra absurda declarada por Rusia a uno de sus vecinos chicos, Ucrania. Un presidente Volodimir Zelenski valiente, rodeado de soldados, vestido como uno de ellos, con actitud optimista y un mensaje claro, inmensamente empático, explícito y subliminal, todo a la vez: “No me iré, aquí estoy con ustedes”.

Si como se teoriza una imagen vale más que mil palabras, esta de Zelenski, con todos los reflectores del mundo apuntándole, equivale a millones de palabras. Y si le sumamos la natural solidaridad que despierta el más chico, el atropellado, surge la sensación de que al menos la batalla informativa y emocional la empezó a ganar para frenar a Vladimir Putin.

¿Ganar? ¿A Putin y toda su maquinaria propagandística? Mirando más de cerca, como ocurre en Europa, es más correcto decir que Zelenski quizás ha logrado un sufrido empate. Porque esta guerra no comenzó en el reciente febrero, sino mucho antes, cuando la maquinaria de propaganda rusa aceleró sus acciones de tergiversar e incluso inventar información (las ya famosas fake news) para justificar o al menos maquillar el envío de tropas hacia su frontera con Ucrania. Y recordemos que detrás está la tristemente célebre KGB, que marca récords mundiales de espionaje; y está también de quienes se sospecha participaron en el reciente caso de manipulación de voluntades ejecutado por Cambridge Analítica, con ayuda tácita de Facebook, en territorio de Estados Unidos, en la campaña que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca.

Dicho esto, vale citar a EUvsDisinfo, un grupo de especialistas de la Unión Europea dedicados a hallar y combatir las mentiras sobre Europa. En sus análisis puntualizan que tanto el propio gobierno de Putin como sus medios cercanos han construido una narrativa alternativa a los hechos en la que responsabilizan al gobierno de Zelenski y a la OTAN de la acción de soldados rusos. Una especie de “no nos ha quedado de otra” porque el vecino “se lo merecía”, al portarse mal.

Como paradoja para quienes dibujaron el bigote de Hitler en el rostro de Putin, su maquinaria propagandista ha diseminado la idea de que los neonazis están en Ucrania, preparando un inminente ataque contra él. También que la invasión en marcha está siendo exagerada y tergiversada para justificar un negocio de venta de armas para Kiev. Las armas justamente que usa esta narrativa pro-Kremlin, otra paradoja, no son cañones ni misiles, sino peores: redes sociales manipuladas y censura interna a la prensa independiente.

¿Incoherencias? Ni remotamente. Son parte de una estrategia de desinformación en la que el mensaje principal es la confusión, concluyen los investigadores de la Unión Europea. La puesta en práctica de la teoría militar rusa sobre la guerra de la información, creando una narración preventiva para ocupar “los espacios vacíos en el flujo de información”. Es decir, el objetivo no es extender una idea o un mensaje, sino confundir a la audiencia con exceso de información para generar desconfianza. Y en medio de la confusión, ganar. ¡Vladimir, no podíamos esperar menos de ti! (O)