En días recientes la proforma presupuestaria transitó por el usual camino de ir a la Asamblea para recibir la bendición de la misma y transformarse en la ley anual, con el presupuesto codificado y aprobado.

Hay tres instancias en el presupuesto: la proforma, luego la proforma aprobada con las modificaciones y, finalmente, el presupuesto ejecutado, que refleja la realidad de lo que pasó en el año. Jamás el ejecutado coincide con el aprobado por la Asamblea.

Y parte de esta discrepancia está en la razón fundamental por la cual el presupuesto fue observado, y es que supuestamente no cumplió con las metas de educación y salud.

La Constitución obliga a aumentar anualmente esos presupuestos en un porcentaje del producto interno bruto (PIB). Este absurdo, producto de aquellos que creían en las bonanzas perpetuas y en el despilfarro sin control, hace que si el PIB no crece en más del 6 % al año (cosa que el Ecuador no ha logrado en promedio en los últimos 20 años) la educación y la salud terminen “comiéndose” al país. Llegará un momento en el cual no habrá dinero para ninguna otra cosa.

Quienes hicieron la Carta Magna poco sabían de elementales matemáticas. Si hoy el PIB es 100 y crece al 4 % anual, en 50 años el PIB valdrá 710. Si la educación es, supongamos, el 30 % del PIB y crece el gasto en ella al 6 %, la educación será entonces 18 veces ese 30, es decir, 540. Entonces, en cincuenta años esa Constitución nos dice que la educación debe ser el 76 % del PIB.

Pero lo más triste de todo es que mientras esta absurda y desfinanciada propuesta se la puso en piedra en la Constitución, se aprobó una ley que da a los maestros el privilegio de que al jubilarse no solo reciben su pensión como cualquier otro ecuatoriano, sino que en contra de la igualdad que propone la Constitución de todos los ciudadanos, se les otorga una cantidad enorme al momento de jubilarse. Sepan ustedes, queridos lectores, que ese bono dependiendo de aportes y escalafón puede llegar a 50.000 dólares o más. A la fecha de hoy, el Estado adeuda 900 millones por ese concepto, 900 millones por un privilegio ejercido con presión en contra de todos los demás ecuatorianos, por más méritos que de sobra tienen los maestros, pero también los tienen los médicos, los policías, los soldados, y muchos otros más.

La gran tragedia es esa superficialidad y falta de entendimiento de los problemas que tiene el país. ¿Cuándo en el Parlamento se ha analizado esto y se lo ha tratado con seriedad? ¿Cómo pudo la Asamblea de Montecristi aprobar una barbaridad así?

Y además se sigue exigiendo que bajen los combustibles, que jamás suba ningún impuesto, que más bien se los baje, y por supuesto, que todo haya en el país gratis, y que a mí no me cobre nadie nada.

Alguna vez se organizó el viaje a descubrir la fuente de la juventud. Otros al país de la canela. Hoy organicemos el viaje a la Amazonía, para encontrar la plantación de 2 millones de hectáreas con árboles que producen billetes, que una gran cantidad de ecuatorianos parece creer que existe y de la cual el Gobierno todos los meses puede ir a recoger lo que se necesita para regalarlo todo. (O)