Anuncian la muerte del mariachi de América y en mis oídos resuena como un himno a su memoria: “Quiero volver, volver, volver…”. Mientras escribo sigue como un eco en mi interior. ¿Se puede realmente volver?

“Todo tiempo pasado fue mejor”, dice en alguna parte de la Biblia. Y de nuevo la pregunta, ¿realmente mejor? “Siempre regresamos al primer amor, volvemos al lugar donde fuimos felices”. La nostalgia de la felicidad nos acompaña, como un eco que a muchos regresa al pasado. Y en el fondo nos hace ver que no vivimos a fondo el presente efímero. Recuperarlo nos permitiría vivirlo con toda la intensidad con que quizás no lo hicimos.

Cuando he regresado a Uruguay, caminar por las calles del barrio donde nací y me salieron raíces era un amasijo de recuerdos del perfume de los naranjos en flor, la compra en las ferias los domingos. La escuela, la casilla donde vivimos los primeros años, mi padre con su sombrero de fieltro verde puesto a lo Gardel, nuestra madre con sus comidas domingueras, llevando a las gemelas al cine por la tarde para ver cuatro películas al hilo.

Hablábamos en una reunión de la necesidad de volver a las clases presenciales, de los problemas de los niños, jóvenes y adolescentes por el encierro y la angustia, la incertidumbre, los duelos del COVID-19. Volver a la escuela parecía la tabla de salvación. Porque se recuperan relaciones, abrazos, amistades. Y en la casa se puede respirar un poco… Y nos olvidamos de los cuestionamientos a la educación, de las reformas urgentes que demanda, de la locura de niños pequeños yendo a la escuela con 3, 4 años como quien va a una fábrica, con el mismo rigor horario.

Sin embargo, no se puede volver al pasado, hay que retomarlo para aprender. El pasado está en el futuro, está adelante, no atrás; es el que nos permite modificar nuestra ruta y, si hemos estado atentos a las señas del camino, cambiar de rumbo, orientar el paso. El pasado está en lo que somos hoy. Volver a la isla de paz que fue el Ecuador es un trabajo que realizar, porque no hemos sido una isla de paz, es tarea y utopía. Somos hoy lo que fuimos, lo que vivimos, amamos, sentimos, asimilamos y dejamos en el camino, lo que guardamos y lo que dejamos ir.

El único momento de conexión que tenemos es el hoy, el presente vivido intensamente. Aquí y ahora. No podemos cambiar el pasado, pero sí podemos cambiar el presente, tomando nota del pasado. La corrupción, la inequidad, las injusticias y descalabros sociales tienen un pasado que indica que no hicimos ni elegimos lo correcto. Modificar esa realidad es nuestra tarea presente. Es nuestra responsabilidad hoy, aquí, ahora.

Estamos en tiempo de Navidad, no para regresar a un establo, sino para descubrir un Dios pobre, sin poder, que nos necesita. Un Dios que no compite para ser más que los otros, sino que está a nuestro lado, aunque no lo reconozcamos, Tiempo de descubrir el Dios que nos habita, el Dios que somos. Tiempo de indignación por la inequidad, los sufrimientos de millones en el mundo, por la tierra que gime, pero también tiempo de ternura, de encuentros, de reflexión, de amistad y de respeto profundo por la maravilla de la vida nuestra y de los demás, de la creación que tiene como núcleo el amor. Tiempo de volver al pasado para construir el futuro. (O)