Aquí estamos otra vez ante el milagro religioso (para los que profesamos la fe) o al menos ante un empuje espiritual para los que miran y se miran bajo otros prismas. El fin de año es muy poco para hacer cuentas financieras (aunque ahí están siempre al acecho), y bastante para evaluarnos sobre el pasado y esperanzarnos sobre lo que vendrá.

La espiritualidad es el punto de encuentro entre nuestra intimidad y la relación colectiva. Es un acto interno y único en que nos relacionamos (el sentido de la palabra religión) con lo que cada uno cree es la esencia de la vida. Es un acto de humildad donde nos reconocemos grandiosos (por hacer parte de este extraño azar, empuje o necesidad que es la vida) y a la vez tan insignificantes ante la enormidad espacial y temporal que nos rodea (cuando lo dejamos, el mundo sigue funcionando sin nuestro minúsculo engranaje).

Y es un punto de encuentro colectivo porque mucho de nuestro sendero está moldeado por las redes de personas que nos rodean. Según Critchley y otros investigadores, esta influencia ocurre a través de al menos tres vías:

Primero, el contagio. Las personas absorben memes, ideas y comportamientos de los demás de la misma manera que se resfrían, de la manera como son flacos u obesos, o cómo actúan éticamente. Todos vivimos dentro de distintos espacios ecológicos morales, el entorno general influye en lo que consideramos un comportamiento normal sin ser muy conscientes de ello.

A cada padre corresponde presentar a Dios a sus hijos

Segundo, la estructura de nuestra red social determina nuestro comportamiento. Las personas con un gran número de conocidos tienen más oportunidades laborales que las personas con menos amistades pero más profundas. Y la innovación está enormemente determinada por la estructura en que se mueve, por ejemplo, las personas en Silicon Valley son creativas debido a su estructura fluida de fracasos y recuperaciones, que en otros lugares del mundo es mucho más rígida y frena la creatividad.

Tercero, el poder de la mente extendida: nuestra propia conciencia está moldeada por las personas que nos rodean. Recordemos una observación clásica: cada amigo cercano que tienes saca a relucir una versión de ti mismo que no podrías sacar por tu cuenta. Cuando muere un amigo cercano, no solo estás perdiendo al amigo, estás perdiendo la versión de tu personalidad que él o ella fomentó. Ahí está lo que diversas investigaciones nos dicen.

Somos uno y todo. Y la Navidad lo refuerza: Jesús vino a ser un hombre para salvar a todos los hombres.

Noche de alegría porque nació un niño. Noche para festejar. Noche para ser solidarios porque muchos no tienen esa dicha de un festejo y un encuentro. Por eso cada Navidad renueva el milagro y la esperanza, y debe encender nuevamente la llama de nuestra humildad que es deseo de crecer (hacia adentro y hacia todos), pero al mismo tiempo de agradecer. Cada Navidad no solo es un nuevo festejo, es sobre todo un nuevo y único renacer. (O)