Cuando Guillermo Lasso prometió en campaña vacunar a 9 millones de ecuatorianos en sus primeros 100 días de gobierno, muchos creyeron que se trataba de una más de aquellas promesas que se lanzan en la política para captar votos y que nunca se cumplen.

Y es que, para ser justos, no era “pelo de rana” lo que Lasso había ofrecido; sobre todo, considerando el inmovilismo que en esos momentos vivía el Ecuador, con denuncias de sobreprecios de medicinas, ministro de Salud acusado de vacunar a su familia, los famosos vacunados vip, entre otros vergonzosos episodios que generaban indignación e impotencia de la ciudadanía.

Lo cierto es que, más allá del cumplimiento de promesas de campaña y su impacto en las encuestas, estoy convencido de que ni el mismo Lasso se imaginó lo que hoy representa para el Ecuador tener los altos índices de vacunación y una estructura que funciona como reloj, ahora inoculando la tercera dosis. Porque justo cuando la nueva variante ómicron se propaga aceleradamente en todo el mundo, solamente en los países privilegiados con altos índices de vacunación los estragos son menores, pues, aunque los contagios crecen, los índices de hospitalización y muerte son mucho menores que con las variantes anteriores. Digo esto porque nos estamos acostumbrando a gozar de un sistema público de vacunación eficiente y podemos creer que ese es el estándar generalizado en el mundo; entonces, solo basta ver a nuestros países vecinos para comprobar que no es así; que, gracias al cumplimiento de esa oferta electoral, vivimos una suerte de irrealidad regional, pues con vergüenza debo reconocer que, usualmente, en materia de salud pública, estamos a la cola en la región. Entonces, aquella quimérica promesa de campaña, que para sorpresa de propios y extraños fue cumplida, se ha convertido en una suerte de factor transversal para el desarrollo del país, pues impacta positivamente en todas las etapas de la cadena productiva y en todas las actividades personales y comerciales de los ecuatorianos, que podemos levantar cabeza luego de los efectos devastadores que dejó la pandemia, porque más que una simple promesa de vacunación se ha convertido en la piedra angular para la recuperación económica del país.

Dejo expresa constancia de que la vacunación por sí sola no basta para rescatar al Ecuador del desastre económico heredado de malos gobiernos; que se requieren políticas públicas coherentes y responsables, que reduzcan el indolente gasto público al que nos han acostumbrado y ofrezcan incentivos para reactivar la economía, considerando al sector privado como motor generador de riqueza y puestos de trabajo. En ese sentido, las ejecutorias del actual Gobierno están en observación y solo el tiempo confirmará cuáles fueron positivas para alcanzar tal objetivo y cuáles no. Pero cualquier acción positiva del Gobierno y de los sectores productivos del país se habrían estrellado contra la realidad de una emergencia sanitaria como la que vivimos en 2020 y que nos habría llevado a un colapso inédito con consecuencias impensables. Por eso digo que la vacunación ha sido, como se dice coloquialmente, “la madre” de las promesas cumplidas. (O)