¿Cuál es la idea de una universidad? ¿Cumple su rol en Ecuador? ¿La sociedad cumple su rol frente a las universidades?

A partir de dichas interrogantes inicio un sinnúmero de artículos para analizar uno de los “pilares” del país: su sistema de educación superior. Con esfuerzo de síntesis, evadiremos épocas y hechos importantes, limitándonos a mencionar lo que considero necesario para invitar a promotores y rectores de las universidades a una reflexión; porque, en definitiva, en sus manos está nuestro futuro, y no en manos de las entidades públicas que regulan el sistema de educación superior. Es irresponsable endosarle el problema al CES o a la Senescyt. Hacerlo confirmaría que no hay esperanzas de días mejores para nuestros hijos, y menos para nosotros. Es imperativo que autoridades de universidades particulares y públicas asuman responsablemente su rol como único camino al desarrollo. Hay un gran problema moral que atacar.

Intentaremos desarrollar el tema de manera general; sin embargo, desde una postura responsable, seremos coherentes, lo que probablemente nos lleve a citar datos sobre resultados que se generarán desde un Observatorio al Sistema de Educación Superior, para que, de forma transparente, descartando cualquier publicidad engañosa y con insumos reales al alcance de todos, los representantes de los estudiantes ejerzan libremente el derecho consagrado en el art. 29 de la Constitución de la República, que garantiza a los padres escoger para sus hijos una educación superior acorde con sus principios y creencias; y que esta decisión no esté basada en supuestos rankings de cuyo análisis (observaciones o ratificación) se encargará el Observatorio con personal técnico, trabajo al que ya se han comprometido varios académicos.

Empecemos con algo de historia. Con excepción de las universidades norteamericanas, las más afamadas fueron fundadas por la Iglesia en la Edad Media, muchas de las cuales subsisten con sus capillas como parte medular de su estructura y existencia: Oxford y la Sorbona son referentes. Me resulta arbitrario fijar con precisión el tiempo que comprendió dicho periodo, así que lo dejo para la investigación de cada lector, en las fuentes que consideren oportunas, mientras no sea Wikipedia.

Con el antecedente de esas universidades y para abordar un tema tan puntual como provocador, es forzoso, como diría monseñor Luis Alberto Luna Tobar, con quien tuve el privilegio de compartir retiros espirituales en Cuenca, que cada uno ubique su definición de fe, especialmente, creo yo, en aquellas universidades en las que probablemente fallan muchas cosas, pero que misteriosamente mantienen hasta capellán como parte de su estructura y celebran misas diarias, lo que me parece plausible, pero ¿acaso el ritual de una misa es suficiente para cumplir con la misión o idea de una universidad?

Las universidades, sin perjuicio de su nombre, públicas o particulares (cofinanciadas o autofinanciadas) y, especialmente, las que tienen la fe como pilar principal e incluso invocan a parte de la Santísima Trinidad en su nombre, marca o imagen, deberían recordar que “la estrecha relación lógica e histórica de sociedad, cultura y la expresión universitaria de tal relación marcan el desarrollo personal y comunitario con signos de valor o contravalor”; signos sobre los que profundizaremos de a poco.

En este punto, resulta imperativo citar a quien inspiró el título de la columna, para lo que debo recordar que, el 19 de septiembre del 2010, John Henry Newman fue beatificado por la Iglesia católica en la misa final de su visita oficial al Reino Unido. El papa, en un pasaje de su homilía, palabras más, palabras menos, dijo: “Me gustaría rendir especial homenaje a su visión de la educación. Buscó lograr unas condiciones educativas en las que se unificara el esfuerzo intelectual y la disciplina moral. La colección de discursos que publicó con el título La idea de una universidad sostiene un ideal mediante el cual todos los que están inmersos en la formación académica pueden seguir aprendiendo”. Hoy invocamos a Newman y su idea de universidad para precautelar que, desde el ejemplo, autoridades académicas cumplan con conjugar lo intelectual con lo moral. Newman no solo fue teórico: ponía en práctica lo que predicaba.

Los datos del Observatorio al Sistema de Educación Superior dirán, tal cual radiografía, qué tan coherentes son promotores y rectores de las universidades ecuatorianas, sin importar su creencia religiosa o ideológica, lo que no es de nuestra incumbencia. Lo que importa es que se practique lo que se predica, anteponiendo barreras entre los signos de valor o contravalor para no traspasar fronteras según conveniencia. La meta debe ser formar ciudadanos que actúen en un marco de justicia y equidad, con el ejemplo de quienes dirigen las universidades. Por ello, debemos poner la lupa en sus actuaciones y omisiones, porque al parecer algo está fallando. Ojalá no sea así. Nos vemos en La idea de una universidad (II). (O)