El presidente Lasso, frente a la negativa de la Asamblea a su proyecto de ley de inversiones, declaró que algunos asambleístas le habían pedido cargos públicos y dinero en efectivo, a cambio de sus votos a favor del proyecto. “Primero ustedes, después estos ladrones”, agregó, dirigiéndose a los ciudadanos. Luego denunció a los asambleístas ante la Fiscalía y ordenó al SRI que investigue la situación tributaria del excandidato presidencial de un partido político. No está claro por qué el presidente no emprendió tales acciones antes de que la Asamblea desechara su iniciativa. Queda la duda de si los “ladrones” hubieran sido preferidos, de haberlo apoyado.

La ética del poder no repara en dichos “detalles”, está dispuesta solamente a hacerlo si el contrario es el protagonista, le importan sus fines, aplica el principio que casi todo el mundo aplica y niega que lo aplica, de que el fin justifica los medios. En la especie ¿es un fin justo? El gobernante y sus seguidores sostienen que sí, pero la oposición lo niega. ¿Cuál es el parámetro para dirimir éticamente la disputa? En este caso la ley, que reconoce al mandatario la figura de colegislador y confiere a la Asamblea la facultad de aprobar o rehusar sus proyectos normativos. Ambos fueron elegidos popularmente, de modo que gozan de legitimidad de origen. No cabe pues que se acuse al órgano legislativo de conspirar y desestabilizar, por ejercer su atribución. Entonces, por el honor de los sujetos y su credibilidad política, es menester que se investiguen las denuncias, que no sean simples fuegos artificiales que dependan de la conveniencia del momento como otras veces. Es particularmente curioso que el denunciante de una presunta evasión tributaria haya sido señalado por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación por los fideicomisos que tuvo en paraísos fiscales, donde, por el secreto del sistema, resulta difícil saber si ha eludido o evadido pagar impuestos. Y el presidente se negó a comparecer ante la Asamblea para responder por ese tema.

Un exestudiante universitario creía que la ética no regía en la política. Justificaba así, como muchos, que el poder aplaste a los adversarios a cualquier costo, usar al pueblo y sus propios partidarios, abusar utilizando a los jueces que se dejan utilizar, a la Fiscalía, a la Contraloría, al SRI y al resto de la maquinaria estatal, hacer alianzas que contradicen su discurso.

En un planeta henchido de conflictos, donde las mayores víctimas son las mayorías, es necesario que los/as políticos/as se reflejen en ellas, en lo que son y en lo que pueden ser cuando se libren de la manipulación de sus necesidades y de una educación que las domestica e induce a error respecto a las causas de su Estado. Es necesario que Pepe Grillo sea escuchado, que deban buscar el bien común, no el interés particular de unos pocos, que nadie tiene derecho a nadar en la opulencia mientras el hambre reina. Y los ciudadanos no debemos exigir a quienes elegimos que hagan o dejen de hacer lo que deben hacer si no practicamos esa conducta. Que, aunque duela, solo la lucha es la semilla que fructifica para alcanzar la utopía de Tomás Moro. (O)