“En el siglo XXI, ¿qué reemplazará al Estado-nación (…) como modelo de gobierno popular? No lo sabemos” (E. J. Hobsbawn). Ciertamente, las tensiones y conflictos de la realidad contemporánea precisan de abordajes democráticos innovadores e inclusivos. Y siendo la democracia un sistema en permanente construcción, la respuesta correcta será siempre un interrogante.

Hoy más que nunca necesitamos del concurso de todos para responsabilizarnos por el futuro del país...

La crítica ciudadana a la democracia es “una demanda de democracia”, ya que existe la percepción de que el Estado está en manos de las élites. Hay un auge de autoritarismo difuso y con ello, la voluntad de apoyar a gobiernos no democráticos que resuelvan los problemas (Latinobarómetro, 2021). La opinión local e internacional coincide: aumenta el malestar frente a un Estado que no media ante las desigualdades y unas élites políticas y económicas que velan por su interés desde el gobierno, descuidando las necesidades de las mayorías.

Es notoria la incapacidad de los Estados para protegernos contra la adversidad, afirman Z. Bauman y C. Bordoni en Estado de crisis (2016), recordando a P. Drucker, quien adelantó en los 70 desestimar que la salvación viniera desde arriba. Señalan que la separación entre política y poder es letal para el Estado moderno democrático que traiciona la ilusión ciudadana de participar en decisiones importantes económicas y de desarrollo. Quienes sí lo hacen son élites poderosas, conglomerados empresariales, multinacionales, grupos de presión y el mercado.

Escribía H. Arendt en La condición humana (1958) que lo que hace de un hombre un ser político es su capacidad de acción para actuar concertadamente y lograr objetivos en los que jamás habría pensado si no hubiera tenido el don para embarcarse en algo nuevo. Pero el divorcio entre el poder y la política, dicho por Bauman y Bordoni, genera la ausencia de la capacidad de acción necesaria para hacerlo, por lo que enfrentamos “la formidable tarea de elevar el nivel de la política y de la importancia de sus decisiones a cotas completamente nuevas para las que no existen precedentes”.

¿Cómo responder a tamaño desafío? ¿Con una consulta popular para reformar el sistema político, reorganizando partidos y movimientos, entre otros temas vitales? ¿Qué hacer ante el crimen organizado, el narcotráfico, la corrupción, la ‘metida de manos’ en la justicia? ¿Habría que cancelar ciertas prerrogativas democráticas por brevísimo tiempo para poner la casa en orden (más allá de reducir el déficit fiscal y mantener la dolarización)? ¿O hacemos parte de un proceso posdemocrático donde la política podría perder el contacto ciudadano y las libertades su verdadero contenido? ¿Regresamos a la tribu?

Hoy más que nunca necesitamos del concurso de todos para responsabilizarnos por el futuro del país y apoyar su gobernanza en un espacio de intimidante complejidad. Porque, como advierte Arendt: “Cada reducción de poder es una abierta invitación a la violencia; aunque solo sea por el hecho de que a quienes tienen el poder y sienten que se desliza de sus manos –sean el gobierno o los gobernados– siempre se les ha hecho difícil resistir a la tentación de sustituirlo por la violencia”. (O)