Cada día existe más necesidad de saber cómo sobrellevar las adversidades de la vida en un día a día tan acelerado, tan complejo, tan efímero. Somos el resultado de las emociones. Al día de hoy, existe un escenario abrumador con exceso de información positiva, y aquello no nos permite sincerar las emociones que se presentan ante hechos o situaciones más complejos o simplemente cotidianos, normales.

Las emociones nos ayudan a sobrevivir y adaptarnos, pero es necesario profundizar y hacer catarsis para lidiar con nuestra mente y emociones más sanamente y encontrar su verdadera razón de ser.

La psicóloga Susan David desarrolló un concepto para poder identificar todo aquello que sucede y se plasma en nuestra pizarra mental a lo largo de nuestras vidas, para así convivir con nuestros recuerdos, memorias y pensamientos.

La agilidad emocional no se relaciona con la inteligencia emocional, que busca de primera mano tener el control sobre lo que sentimos y pensamos, algo que puede producir un problema de amplificación, es decir, mientras más se quiera controlar o apartar una emoción, más presente estará.

Por otro lado, encontramos el concepto de la rigidez emocional, que produce obsesión sobre sentirse de una manera específica, generando bloqueos y estancamientos que producen reacciones discordantes a las que queremos transmitir.

La agilidad emocional nos da las pautas claras para estar abiertos a las emociones y ser compasivos y frontales con aquellas sin avergonzarnos. Nos permite convivir de una manera saludable con todo aquello que ha estado presente en nuestros recuerdos y experiencias para vivir en coherencia con nuestros valores. Si lográsemos entender lo que las emociones intentan decirnos en realidad, podríamos usarlas en nuestro beneficio.

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La agilidad emocional no se supedita a la felicidad como un fin único; por el contrario, tiene que ver con la sinergia que se produce cuando una persona está conectada consigo misma y eso le permite sincerar sus emociones, sus causas y la reacción ante ellas.

Todos hemos sido criados para interpretar cierto tipo de emociones como malas o negativas, tales como la rabia, miedo, tristeza o frustración. David habla de dos formas de reacción que tenemos para enfrentarlas: embotellar las emociones, que implica anularlas, minimizarlas, apartarlas o emitir autocríticas por sentirlas, acciones que afectan nuestra capacidad de resolver los problemas eficazmente, en lugar de trabajar sobre ellas y mejorar la relación con uno mismo y los demás; incubar las emociones, que se refiere a catalogar como una condición permanente a una emoción, convirtiéndola en el argumento para vivir y justificar acciones por esa emoción.

El ciclo se rompe cuando exteriorizamos sanamente nuestras emociones, cuando entendemos más ampliamente de qué se trata o su trasfondo y nos disponemos a enfrentar las emociones sin concentrarnos obsesivamente en eliminarlas o remarcarlas, entendiéndolas con sus matices y no estigmatizándolas. No siempre el estrés significa aquello, a veces será nostalgia, desmotivación o cansancio, por ejemplo.

Las emociones nos ayudan a sobrevivir y adaptarnos, pero es necesario profundizar y hacer catarsis para lidiar con nuestra mente y emociones más sanamente y encontrar su verdadera razón de ser. (O)