Antes de las protestas ya tenía pensado escribir sobre la violencia, desde otra perspectiva, pero tal vez no tan ajena a las escenas que estamos viendo.

No quiero que la coyuntura actual nos haga olvidar el escenario de inseguridad antes de las protestas.

¿Qué elemento tiene que surgir para que unos niños... se vuelvan lo suficientemente violentos como para asesinar a otro?

Hace poco leí un tuit que resumo: “Saliendo de mi trabajo en el centro, dos tipos armados me interceptaron bajándome de mi carro y me golpearon en la cabeza. Intentaron llevarse mi carro y uno de los ladrones hace la pregunta: ‘¿Lo trepamos?’. Y el otro le responde: ‘Trépalo o mátalo, usted sabe cómo es el camello, aquí no regresamos’, de lo mareado que estaba por los golpes, teniendo algo de lucidez les pedí que no me maten, que no le hagan esto a mi mamá. Escuché un ‘no pasa nada, compa, métale uno y pique’”.

Esto lo escribió un conocido que afortunadamente pudo salir con vida del atraco. Lo leí varias veces en su momento.

Si bien refleja el estado de criminalidad en que vivimos, refuerza también otros componentes que no pueden pasar inadvertidos, uno de ellos es la liviandad macabra frente a la muerte. Las blandas motivaciones y ligereza ante la decisión de quitarle la vida a otro ser humano.

¿Qué ha pasado? ¿En qué momento se perdió la capacidad de asombro frente a la muerte en los jóvenes? ¿Qué los lleva a apretar el gatillo sin considerar el impacto de su acción en otros entornos y en el suyo? ¿Será por una crianza en entornos hostiles, con violencia social e intrafamiliar, carencias, crimen organizado y falta de educación? ¿Tendrá algo que ver la normalización e idealización de lo narco en los relatos de series, programas de televisión y redes sociales?

¿Influirán las experiencias que ofrecen los juegos de video hiperrealistas e inmersivos donde se manejan armas de una manera natural, en entornos sociales donde el otro es un otro real y el principal objetivo es eliminarlo?

El escritor mexicano Jorge Volpi, en su último libro Partes de guerra (Alfaguara, 2022), intenta atar dos obsesiones, la neurociencia y las historias de niños capaces de asesinar a otros niños, su novela parte de la pregunta ¿qué elemento tiene que surgir para que unos niños o adolescentes se vuelvan lo suficientemente violentos como para asesinar a otro?

Se cuenta la historia de un pequeño grupo de muchachos en la frontera entre México y Guatemala que asesinan a una de sus compañeras. Ante esto, un equipo de neurocientíficos de la UNAM deciden estudiar a estos niños y adolescentes para ver de dónde viene la violencia. No contaré cómo termina, pero la rescato porque tiene que ver con qué preguntas nos hacemos frente a este problema.

¿Vamos a hablar de cómo se debe ser más duro con los criminales? ¿Vamos a preguntarles a los políticos sobre las estadísticas?

Si bien la impotencia y el miedo nos inducen a demandar un control inmediato de la situación, es necesario, también, trabajar sobre soluciones que no aborden solamente los efectos, sino que profundicen sobre las causas de esta violencia y los jóvenes, y para eso hay que empezar a hacerse otras preguntas. (O)