Muchos estamos intentando escuchar a las víctimas mayoritarias de la violencia que amenaza sumergirnos en el miedo, el silencio, el aislamiento.

Un grupo de jóvenes preparan para el Día Mundial de la Paz, el próximo 21 de septiembre, un encuentro que han llamado “Nosotros, jóvenes, exigimos: alto a la violencia”.

Será un conversatorio en el que hablan, actúan y bailan. Y harán preguntas, que requiere más conocimientos que los necesarios para responder. Todos los días se reúnen varias horas, intercambian, preparan, conversan, no se conocían previamente. Fluctúan entre los 15 y los 20 años. Disfruto verlos participar puntualmente en sus autoconvocatorias. Se encierran, dos profesores que los acompañan y el resto de adultos tenemos vetada por ahora la participación. El ejercicio de escuchar y lograr acuerdos entre ellos, convocar a sus pares y encarar por primera vez un auditorio, imaginar que hablan también a adultos, quizás sea la parte más rica de sus experiencias. Definir quién hace qué, los turnos y procesos de intercambios, respaldarse, no criticar a nadie, les está enseñando el arte de escuchar y se los ve felices. El encuentro será en Orquídeas, en medio de sectores conflictivos, lejos del centro de la ciudad, porque la periferia también organiza y piensa y quiere aportar su propia voz.

Que los jóvenes se encuentren y se expresen es importante y necesario, no solo por lo digital...

El discurso de la diversidad, de la inclusión, se hace presente de múltiples maneras en los diferentes espacios colectivos. Pero de hecho la diversidad parece alejarse de la práctica y experiencia cotidiana. Vivimos en un mundo de repeticiones, donde ser diferente parece un certificado seguro a la condena social sorda pero eficaz. Los jóvenes parecen ser las víctimas preferidas de esa diferenciación igualitaria, tabla rasa que impide las manifestaciones de los chispazos propios, por más que digan y sostengan lo contrario.

Si no se tiene una marca determinada de celular, corre el riesgo de ser un nadie. La ropa, el peinado, son similares, se manifiestan por oleajes sucesivos, pero son el mismo tipo de olas. Si alguien se niega a probar alguna droga en una fiesta, si no acepta relaciones sexuales, si no toma por lo menos una michelada realmente no está en nada. Vivimos en el mundo de lo homogéneo. Los nuevos barrios y urbanizaciones que se construyen, casas iguales, con techos iguales, puertas iguales, espacios iguales, constituyen un mar de similitudes, donde es difícil encontrar la casa que buscamos. En la calle, carros iguales, rostros con cejas maquilladas iguales, peinados iguales. Por eso es tan importante encontrar su propia palabra, esa que se expresa con sonidos y con silencios, con gestos, y con colores. Y conectarla con otras palabras de otras personas y maravillarse del poder de relacionarse. De pronto allí hay una manera de hacer frente a la violencia.

Los sicarios matan por encargo, no conocen ni se relacionan con sus víctimas.

Que los jóvenes se encuentren y se expresen es importante y necesario, no solo por lo digital sino viéndose, observándose, escuchando, construyendo juntos. Transmite valores por ósmosis, no por discursos, sino por el sentido de la vida que comienzan a compartir sin darse casi cuenta. Por eso tan importante como las metas son los caminos que se recorren juntos. (O)