“Ha sido una Navidad particular, entre otras cosas, en soledad, que de alguna forma es mi estado normal y se explica mejor en inglés por la diferencia que hay entre being lonely y feeling lonely, en mi caso lo primero… Aprovecho para avanzar y pretender terminar mi largo ensayo sobre la genealogía del pensamiento económico. Te deseo lo mejor”, Francisco Swett.

Hay algo de divino, algo de invaluable al escuchar a aquellas personas que tanto conocen de la vida, de esa escuela que ni nos califica ni nos deja de año, de esa escuela que tiene materias diferentes para cada uno, pero que indiscutiblemente nos deja un aula compartida, personas con quienes conectar, socializar, intercambiar y crecer.

Las pláticas más significativas de mi vida han sido con personas que han vivido más, que me enseñan a valorar lo que en la premura de los primeros años parece importante cuando lo imprescindible verdaderamente es lo simple, lo humano, nuestra capacidad de compartir sin tapujos nuestras alegrías, penas, experiencias y conocimientos, confiando su utilidad a quienes quieren aprender.

Casualmente, reflexionar sobre los entornos en los que me desenvuelvo, me ha hecho notar –aunque raro para otros y cotidiano para mí– el impacto que ha tenido en mi vida, a mis treinta años, compartir con personas de setenta años o más.

Debo confesar que no es reciente, debo indicar que mis padres ahora tienen esa edad y debo compartir lo fascinante que resulta para mí dar certeza de las palabras del papa Francisco: “Para mí hoy es importante para el futuro de la humanidad que los jóvenes hablen con los viejos”.

Con esa frase empieza la serie de Netflix Historias de una generación con el papa Francisco, una fascinante producción de jóvenes de treinta años que recopilan historias de todos los rincones del mundo de personas mayores a setenta años, donde se abordan las áreas más importantes de la vida, resumidas en el amor, los sueños, la lucha y el trabajo.

En el mundo actual, en la dualidad de la realidad y virtualidad que navegamos, en la cultura del descarte, del apuro y la indiferencia, regresar a lo humano, lo espiritual, lo enérgico… es urgente. Es necesario escuchar esas vidas llenas de lecciones, silencios, decisiones y significados capaces de dar sentido a lo incomprensible en nuestra inexperiencia.

“No te preocupes que todo pasa como debe suceder, tienes tiempo y mucho por delante, hay tanto por hacer y yo quiero estar… gracias por dejarme ser parte, nos veremos pronto”, Mariquita Noboa.

El deseo por aportar, las ganas de vivir, la lucha por un cambio, las palabras justas, los planes conjuntos, la ayuda otorgada y no solicitada, la generosidad en el tiempo compartido, el arte de armonizar la vida… son unos pocos de los tantos aprendizajes que mis amigos –que nacieron un poco antes en este tiempo relativo– compartieron conmigo y que siguen siendo motivo de reflexión y admiración. No hay futuro para quien no conoce su historia ni la de quienes la empezaron primero. (O)