Desde tiempos inmemoriales, filósofos y científicos buscan métodos para explicar la realidad, para ser honestos en la búsqueda de la verdad. Descartes, por ejemplo, partía del escepticismo de Sextus Empiricus para fundamentar el conocimiento y su propuesta del racionalismo usando, entre otros, el método de la duda.

Al igual que en el arte, la inalcanzable verdad es parte fundamental de la cultura, del pensamiento humano. Quizá los escritores nos muestran caminos más dulces hacia la resolución de nuestros conflictos interiores alrededor de ella:

“No poseemos ni un cuerpo ni una verdad –ni siquiera una ilusión. Somos fantasmas de mentiras, sombras de ilusiones y mi vida es vana por fuera y por dentro”, escribe Fernando Pessoa en su cuasidiario: El libro del desasosiego de Bernardo Soares.

Hace una semana la nefasta Asamblea Nacional que padecemos los ecuatorianos aprobó con votos de Pachakutik, el correísmo y sus epígonos nuevos artículos a la Ley de Comunicación. El artículo 17 dice que el Estado debe proteger la verdad. Los legisladores en su perpetuo irrespeto no solo hablan de la verdad según el “Estado”, sino que prohíben la difusión de toda información falsa. Es increíble que no sea al menos motivo de burla que 75 bien pagados legisladores hayan escrito semejante artículo. Es, probablemente, el más escalofriante reflejo del autoritarismo e ignorancia de los legisladores guiados por los dueños de sus partidos.

... en su perpetuo irrespeto no solo hablan de la verdad según el “Estado”, sino que prohíben la difusión de... información falsa.

Es paradójico que asambleístas con mínima credibilidad, donde hasta sus encuestadores ad hoc les dan la más baja aceptación en el tiempo más corto de todas las legislaturas, sean quienes escriben con desparpajo sobre la necesidad de garantizar la verdad. Orwell anotaba sobre la espantosa influencia que gente tan ignorante tiene en el destino de sus pueblos. Tuvo la suerte de no conocer a los legisladores de esta tierra. Ellos, en cambio, deberían al menos mirar las películas inspiradas en sus libros –a ver si algo de duda les entra– algo de vergüenza ante tanta certeza.

Lo que saben bien quienes dirigen la política nacional es que la verdad depende del poder. Si es el Estado quien determina este intangible, ¿será el gobierno de turno el dueño de esa verdad? Hemos ya visto la “verdad” que esos hombres infalibles desde sus puestos gubernamentales gritan con arbitrariedad, destilan a punta de prejuicios, violencia y venganza. Y claro la sustentan con su propaganda infernal, goebbeliana.

Sin duda las posiciones políticas –porque ideológicas hace rato se han perdido– de líderes de opinión, deforman los resultados legislativos. Se pierde casi a diario la oportunidad de crear leyes técnicas que cuenten con el concurso de los actores principales. En este caso: quienes hacen periodismo y comunicación, los centros académicos y por supuesto la ciudadanía que debe ejercer sus derechos más allá de ser audiencia.

Va a ser interesante ver a los dueños de la verdad castigar a quienes difundan sus ideas de arte, cultura, filosofía, moral o religión. Se vienen muchas genialidades de parte de los inquisidores de turno. (O)