En todo el país hay una sensación generalizada de indefensión, debido a una simultaneidad de hechos de todo tipo y que ocurren en todo momento. La inseguridad es la primera preocupación por sus ingredientes de violencia, ahora sacada de las peores películas de terror. La isla de paz ahora es un archipiélago de incertidumbre. Ya no hay lugar, en donde los lugareños recomienden “tener cuidado”, “no hacerse muy tarde”, “retirarse temprano de cualquier sitio de diversión” e, incluso “no visitar ciertos sectores, porque en ellos no ingresa ni la Policía”. Tanta recomendación siembra temor, duda y hasta pereza para salir a pasear, sin embargo, esta falsa comodidad no puede ni debe inmovilizarnos.

De manera paralela, la institucionalidad se cae de la fragilidad por incompetencia, falta de ética y pugna de poderes, entre quienes lideran las funciones del Estado. En un año del nuevo periodo gubernamental y legislativo, contabilizamos dos presidentes en la Asamblea y cuatro vicepresidentes en la misma Función, sin perder de vista que es un albur el proceso de elección de las autoridades por parte del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social. Parece que todo está enmarañado, desenfocado y lejos del sentir ciudadano. No avanzamos, ni retrocedemos, nos hundimos, pero eso no significa caer en el “sálvese quien pueda”.

El número de candidaturas supera exponencialmente al número de agrupaciones políticas que, de por sí, son excesivas...

Estamos a puertas de las elecciones locales y la fragmentación se naturaliza. El número de candidaturas supera exponencialmente al número de agrupaciones políticas que, de por sí, son excesivas para un país de 18 millones de habitantes. No hay ideología que determine la orientación de los partidos, pues todo se ha convertido en marketing electoral y cosmetología, como si la política fuese un concurso de la peor pasarela. No es culpa de los ciudadanos, pues si bien votamos, esto no quiere decir que escogemos a quienes deben ir en la papeleta. Otra vez más, esto no significa que dejemos de exigir decencia a las organizaciones políticas.

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La economía no despega por una combinación de variables externas e internas. Ya veníamos desde el 2015 con problemas severos (desempleo y deuda), que se agudizaron en el 2019 y provocaron la toma de medidas económicas por parte del gobierno de Lenín Moreno, las cuales detonaron el estallido que encendió la bronca en varios países de la región. De manera seguida nos atrapó la pandemia. A renglón seguido, cierto intento de reactivación se desvaneció por la movilización de junio, ya que las demandas del sector indígena no fueron procesadas en tres años. Cierto sector quiso capitalizar esta situación con un presidente caído.

Lo más complejo de todo y como consecuencia de lo anterior es la desconfianza entre nosotros, pues somos el país que menos confía en su similar, según el Latinobarómetro. Es decir, el tejido social está deshecho. No podemos cruzar los brazos, porque las condiciones son perfectas para que avance el narco y se pierda lo que algún día tuvimos: paz, pese a la frágil democracia, el populismo y la irresponsabilidad de los partidos, aunque hay excepciones como en todo. Debemos actuar ahora antes que sea muy tarde. (O)