Venimos de celebrar el Día de la Madre. Acabo de ver un cortometraje del cineasta iraní Muhammad Kheradmandam que tiene emocionado al mundo entero, dura menos de un minuto y se llama Madre.

El autor se aproxima caminando por una calle cualquiera, se arrodilla y hace unos trazos con tiza en el piso. Deja sus zapatos afuera del perímetro del diseño. En algo que después vemos que es un manto, dibuja flores. Los trazos continúan delineándose en el suelo, con su bufanda blanca al viento. Sencillos, claros, potentes. Él, de rodillas desplazándose por una superficie áspera, se sienta, contempla el cielo y se mete en el dibujo, se acurruca tomando la posición de feto. Lo descubrimos en el regazo de una mujer: su madre.

Absolutamente conmovedor. Impactante.

Ecuador es nuestro regazo, muchos han nacido aquí, otros muchos lo escogimos y aspiramos a que su tierra nos cubra cuando nuestro cuerpo vuelva a la tierra que nos nutre.

Ecuador es nuestra madre más que nuestro padre, nos cobija, nos ampara, nos alegra cuando volvemos, nos sentimos seguros en su regazo, en su entorno, sus comidas, sus paisajes, su música, sus montañas y sus ríos, sus valles y sus selvas, sus pocos desiertos y sus variados páramos, su gente, sus ciudades, sus campos, sus atardeceres, sus pájaros y sus serpientes, su fauna y su flora, sus climas extremos. Sus sismos y sus inundaciones, nos enfrentan con la capacidad de hacer frente a los peligros. Pero sobre todo la riqueza de cultura, sus rostros diferentes, unos alegres, otros desconfiados, sumisos y rebeldes, sus lenguas y la bofetada de sus carencias, de sus pobres, sus delincuentes, sus desnutridos, sus mentes brillantes. En ella están muchos de los que amamos, nuestras historias, nuestros logros y fracasos. Todo eso y mucho es nuestra madre.

Hay que transar y negociar. En el sentido hermoso de la palabra. Encontrar soluciones inesperadas...

Esa madre hay que cuidarla y atenderla. Hay que permitirle seguir siendo nuestro amparo, nuestro cobijo y consuelo, nuestro refugio.

Vivimos un estado de incertidumbre política, social, económica. Nuestra madre, con todos los que en ella nos acurrucamos en su regazo, sufre.

Es hora de que los políticos en cuyas manos está gran parte del futuro la sostengan, la curen y permitan que sea nuestro orgullo y nuestra seguridad.

Hay que transar y negociar. En el sentido hermoso de la palabra. Encontrar soluciones inesperadas y eficaces a problemas repetidos donde los intereses particulares chocan con el bienestar del conjunto. Todos estamos dispuestos a arrimar nuestro hombro para encontrar un camino que convenga a la mayoría. Pero hay que contagiar esa posibilidad. Estaremos dispuestos a los sacrificios necesarios si el horizonte nos atrae como un imán.

Debería haber grandes salones con vidrios transparentes para reuniones privadas de acuerdos en la Asamblea Nacional y en Carondelet, para que todos puedan ver quién se reúne con quién. No hay por qué esconderse cuando se busca mejorar y hacer gobernable un país. No habría que estar al acecho de quién entra o quién sale. No tendrían que avergonzarse de buscar caminos que se puedan transitar. Hay que saber cuándo decir sí y cuando el no es no.

Y cuando no se tienen respuestas claras y hay que buscar caminos alternos, simplemente hay que trabajar con todos, con esperanza y con alegría. (O)