Dicen que para acertar es necesario pensar mal. Pero no se necesita pensar, mucho menos hacerlo con malicia, para sospechar que hay problemas de bulto cuando el Gabinete presidencial se va desgranando en medio de una larga cadena de hechos complejos. La erosión comenzó, a finales de marzo, con la renuncia de la ministra de Gobierno. Menos de un mes después lo hizo el ministro de Defensa. Apenas unas horas más tarde siguieron el mismo camino los ministros de Energía y de Agricultura y la secretaria de Derechos Humanos. Cuando transcurrió el tiempo suficiente para que se tejieran las más variadas especulaciones y se divulgaran los rumores, recién llegó la reacción del Gobierno. Fue la Secretaría de Comunicación de la Presidencia la encargada de asegurar que las renuncias se produjeron por iniciativa presidencial. Sin embargo, esa afirmación resultó muy poco creíble, no solo por la tardanza con la que se la hizo, sino por las circunstancias en que ocurrieron las renuncias y por las declaraciones de dos renunciantes.

Tanto Alexandra Vela como Bernarda Ordóñez señalaron explícitamente las razones de su salida. Ambas dejaron en claro que discrepaban con la orientación que estaba tomando el Gobierno en temas clave de sus respectivos campos de acción. Claramente, en esos dos casos no hubo la mencionada disposición presidencial. Habrá que esperar a que el tiempo esclarezca si la separación de los otros fue por acatamiento o por discrepancias. Pero, en cualquier caso, el remezón del Gabinete no puede entenderse sin considerar la cadena de hechos ocurridos en las últimas semanas. Y, dentro de estos, no puede quedar de lado el viraje del Gobierno en asuntos fundamentales.

La ingenua búsqueda de apoyo legislativo en una Asamblea abocada al bloqueo, y que pronto estará totalmente controlada por los sectores más radicales, fue la causa de la salida de la ministra de Gobierno. La liberación del exvicepresidente Glas no solo con el beneplácito, sino con la decidida acción gubernamental, debe haber incomodado a más de un integrante del Gabinete. La inutilización del radar de Manabí, el paseo del famoso don Naza por el Ministerio de Defensa y la penetración de mafias en las Fuerzas Armadas (como quedó claro por las denuncias acerca de los narcogenerales) deben contarse entre las causas que provocaron el retiro del ministro de Defensa. Sería largo añadir otros hechos que han contribuido a configurar el panorama confuso y lleno de amenazas en que se encuentra el país. Un panorama en que el Gobierno se presenta como un barco sin rumbo, a la deriva, a la espera de una marea favorable que por lo menos evite el naufragio.

Frente a esa realidad, la declaración de la Secretaría de Comunicación pierde todo crédito. Si el presidente quería hacer la renovación de su Gabinete, a la que se alude allí, debía anunciarla y no esperar a que se vaya desgranando sin su intervención. Incluso, en términos simbólicos y protocolarios, debía esperar unos días hasta el primer aniversario de su mandato. Sobre todo, debía explicarle a la ciudadanía en qué consisten los cambios a los que alude esa comunicación. Al no hacerlo, y al manejar las cosas de una manera tan poco adecuada, profundiza la sensación de incertidumbre que invade a la ciudadanía. (O)