En su libro Freakonomics, Steven Levitt y Stephen Dubner se refieren al contacto de Sudhir Venkatesh con el crimen organizado. Venkatesh, quien estaba haciendo una investigación para su tesis doctoral, fue a parar a uno de los barrios más peligrosos de Chicago. Allí fue secuestrado por una banda dedicada al tráfico de crack y, después de ganarse la confianza de sus miembros, aprendió todo sobre su estructura y su forma de hacer “negocios”.

La banda criminal funcionaba como una compañía de comercio.

En el tope había un directorio que, a cambio del 20 % de los ingresos, otorgaba franquicias para vender crack en un territorio determinado. Por cada territorio había un líder al que respondían un “justiciero”, encargado de hacer cumplir los acuerdos; un “tesorero”, encargado de manejar el dinero, y un “transportista”, encargado de la movilización de la droga.

En la base estaban los “soldados rasos”, que se encargaban de la venta al por menor y de la defensa del territorio en caso de disputa con otras bandas.

Mientras los miembros del directorio y los líderes recibían buenos sueldos (entre $ 100.000 y $ 500.000 al año, a valor de los años 80), los soldados rasos apenas si completaban el salario mínimo.

¿Por qué, entonces, alguien quisiera arriesgar su vida siendo un soldado raso?

Levitt y Dubner contestan que es por la misma razón por la cual el mariscal de campo de un equipo colegial de fútbol americano se despierta a las cinco de la mañana a levantar pesas: por la posibilidad de llegar al tope. La banda criminal era una de las pocas estructuras a las que los niños de esos barrios tenían acceso y en la que podían empezar en lo más bajo y llegar hasta lo más alto.

El gran problema de la banda criminal, según Levitt y Dubner, es que la única forma en la que un soldado raso tiene para destacarse del resto y escalar en la jerarquía de la organización es a través de la violencia. El soldado raso solo puede destacarse en épocas de guerra, siendo el más sanguinario. Un sanguinario es respetado, temido y su nombre adquiere fama dentro de la banda. Y esto es un gran problema porque a la banda no le conviene la guerra. La guerra es mala para los negocios por, al menos, dos razones. Primero, porque la guerra hace necesario aumentar el sueldo de los soldados que deben ser compensados por el incremento del riesgo a sus vidas. Y, segundo, porque la guerra aumenta la atención de la opinión pública y de las autoridades, lo que, a su vez, vuelve más difícil el desarrollo de la actividad ilícita.

La tesis de Levitt y Dubner es que, en ciertas organizaciones, los intereses de la organización pueden ir en sentido opuesto al de los intereses de algunos de sus miembros.

Eso puede ser cierto y tal vez explique la guerra que se ha desatado en las cárceles del país.

Pero eso puede ser cierto y tal vez explique, a otro nivel, la necesidad de paros, “resistencia social” y llamados a la violencia de ciertos sectores sociales: les vale un comino el país, la organización, pero saben que con la protesta adquieren protagonismo político. (O)