La mente humana, acostumbrada torpemente a entender lo que le rodea a través de la detección de patrones, le da relevancia a los ciclos con los que medimos el tiempo. De manera imprecisa, creemos haberle dado una vuelta más al sol y matamos un año para inventarnos otro.

Con ese “borrón y cuenta nueva”, muchos se prometen no cometer los errores del pasado, y se ponen metas que no van a alcanzar; que olvidarán pasados algunos meses. No adelgazarán, no se independizarán, no llamarán a esa persona, no viajarán a Estambul. La vida se llena de caminos que elegimos, pero que no caminamos. Nos traicionamos a nosotros mismos con tal de atender lo inmediato. El hambre obliga a muchos a vivir haciendo cosas que detestan; acostumbrándose a una frustración permanente, que disipa el querer hacer y ser algo más.

Me considero privilegiado. Vivo de hacer cosas que me gustan: una casa, un escrito, el análisis de un evento urbano… Manejo mi trabajo con la misma seriedad con la que jugaba cuando era niño. Si no fuera así, me aburriría y me iría a otro lado, hasta que el hambre –mía y de mis hijos– me empujara a hacer cosas que detesto. Agradezco haberme creado un mundo, donde mi naturaleza lúdica puede aún estar presente.

Sé que tengo tiempo, pero no mucho. Me acerco a los cincuenta años. Cuando mi padre alcanzó esa edad, se pasó todo el día en la hamaca que yo tenía en mi cuarto, mirando el techo. Finalmente, cuando habló, lanzó una sentencia contundente: “He vivido más de lo que voy a vivir”. Desde ya, siento que esa es mi realidad ahora. La vida no puede entonces ser manejada como una especie de proyecto, donde las cosas deben hacerse de una manera específica, quitando espacio para los imprevistos que enriquecen nuestra existencia. El precio a vivir las cosas de una manera ordenada ahora se paga con tiempo, una divisa cada vez más cara y más escasa.

El proyectarse en el tiempo importa menos que el hacer. Los objetivos por alcanzar se vuelven más inmediatos. ¿Quiero ser escritor? ¡Escribo! ¿Quiero ser un poco más sabio? ¡Leo y conozco nuevas personas! Estoy ya en esa etapa, en que procuro que las personas a mi alrededor se parezcan más a los libros de mi biblioteca. Ambos –personas y libros– deben revelarte nuevas cosas sobre ti y sobre lo que te rodea. Si no, te aburren y lees otro. Ese es otro privilegio que agradezco: estoy rodeado de personas interesantes, que me gusta leer y releer. Espero ser para ellos tan beneficioso como ellos lo son para mí.

Es así como viajar a Guayaquil se convierte en un viaje interno, y me gusta que así sea. Esta ciudad me hace caer en el “I’m not looking back, but I want to look around me now” de Rush. Guayaquil es el pit stop que me permite volver nuevamente a la carrera que corremos todos, hasta quemar nuestros motores.

No me llevo con los misticismos del crecimiento personal.

No creo que este viaje me haya convertido en un ser más evolucionado o mejor. Solo tengo claro que el Dunn que está próximo a abandonar esta ciudad me cae mejor que aquel que llegó días atrás a este fascinante pantano urbano. “¡Felijaño!”. (O)