Cuando mi padre era un joven universitario y empleado municipal, la entonces “Clínica del Seguro” era una referencia de calidad en atención médica para los afiliados, que convocaba a los mejores médicos y especialistas de Quito. Cuando yo era un joven estudiante de medicina, el Hospital Carlos Andrade Marín era un magnífico lugar de formación con algunos de los maestros de ese tiempo, además de constituirse en el moderno hospital de la capital por el nivel de su personal médico y paramédico, y por la dotación de sus equipos. Hoy que mis hijos son jóvenes, la calidad de los doctores y enfermeras no ha menguado, igual que su insuperable dedicación, pero contra ellos conspira la escasez de equipos y medicamentos, como nos lo informa la prensa cada día y como lo acabo de verificar en un caso particular. Es un efecto de la desatención de sucesivos Gobiernos y de la corrupción millonaria de algunos funcionarios, además de ciertas políticas demagógicas.

Establecida inicialmente en 1928 por el presidente Isidro Ayora, la entonces llamada Caja de Pensiones priorizó desde el comienzo el Fondo de Salud, y las pensiones de jubilación, invalidez, desempleo y protección a los deudos de los afiliados fallecidos. Posteriormente, el sistema se ocupó de la vivienda y se convirtió en el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social hacia 1970. Durante décadas, el IESS fue una organización eficiente en sus prestaciones, más o menos ajena a los vaivenes de nuestra casquivana política. En los últimos tiempos, el Estado progresivamente dejó de cumplir sus obligaciones con el Seguro y los dineros de los afiliados empezaron a ser usados por ciertos Gobiernos para cubrir las deficiencias de sus malas administraciones y el despilfarro demagógico. La fiebre botarate alcanzó su clímax en la década pasada, sin reposición de los fondos que fueron tomados para otros fines.

Adicionalmente, la extensión de la atención en salud para la pareja y los hijos menores de edad de los afiliados en el gobierno de Rafael Correa disimuló las deficiencias de nuestro sistema público de atención médica y constituyó la estocada definitiva para una organización virtualmente quebrada. Si, hace más de 40 años, la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Carlos Andrade Marín fue un servicio ejemplar y pionero, hoy el propio Fondo de Salud del IESS languidece —metafóricamente— intubado y comatoso en esas condiciones precarias, en espera de algún milagro. A la vuelta de casi un siglo, los ecuatorianos estamos a punto de liquidar nuestro propio sistema de seguridad social, empezando por la atención médica, como el síntoma de nuestro solapado, no diagnosticado e intratable delirio de grandeza colectivo, oculto bajo nuestra falsa modestia. No tenemos condiciones para pensar en la privatización general de los seguros de salud, como han hecho otros países. Debemos rescatar el IESS y todos sus servicios, es una tarea que nos concierne a todos los ecuatorianos. Porque más allá de las sugerencias de algunos economistas expertos, necesitamos un cambio de cultura y responsabilidad de todos. Al presidente Lasso le corresponde dirigir ese rescate. ¿Qué va a hacer al respecto? (O)