Cuando la “Comisión para el Diálogo Penitenciario y la Pacificación” se conformó, los miembros de los que hago parte, estábamos seguros de que se trataba de humanizar las cárceles. Muchos estudios y diagnósticos excelentes se han hecho. Desde muchas instituciones y ministerios se está trabajando para encontrar soluciones a corto, mediano y largo plazo.

Ellos pasan por atender la rehabilitación de las personas privadas de libertad de manera eficaz y coherente, por hacer y mantener un censo carcelario que permita conocer mejor la problemática y la atención que debe brindarse. Pasa por prevenir, controlar y responder ante la problemática de violencia en los centros privados de libertad.

Estábamos seguros de que se trataba de humanizar las cárceles. Y por eso debíamos conocer los lugares y los actores más destacados en este conflicto que se refleja dentro y fuera de las prisiones, que afecta a familias, barrios, ciudades, al país entero. Que ha trascendido nuestras fronteras y es causa de asombro por la magnitud de sus alcances. Que hace que muchas familias piensen en migrar o enviar a sus hijos a estudiar en el extranjero, y otros buscan barrios aparentemente más seguros. Una ola de incertidumbre, miedo y desazón recorre toda la sociedad, donde la inseguridad carcome las alegrías más sanas.

Nuestra certeza como comisionados, lograr primero que paren los enfrentamientos y las muertes y que la vida de cada persona sea respetada y protegida. Porque ese es el bien primordial, la base de todo lo demás. Pacificar las cárceles es una tarea urgente que avanzará por etapas, porque está ligada a la justicia. Y la justicia es ciega y en este país, lenta. Pero quizás hay que sacarle la venda para que vea lo que está pasando y actúe con celeridad.

Lo que constatamos en las cárceles es mucho miedo. Miedo reflejado en lágrimas y temblor de personas privadas de libertad curtidas en dolor y estrés. La referencia a sus familias, sus madres, es constante; no quieren ocasionar más sufrimientos, ni padecerlos ellos. Miedo en quienes deben cuidar la disciplina y el comportamiento al interior. Muchos funcionarios han vivido momentos de violencia extrema, han visto, oído, escenas macabras dignas de las peores películas de terror. Y no han tenido la ayuda psicológica adecuada para poder asumir en su vida tanto dolor. Las PPL viven en los pabellones la zozobra de si se producirá o no otro ataque, si vendrá o no otro dron. Es una angustia constante que mina cualquier posibilidad de serenidad y calma. Todos desconfían de todos. Y por eso nos sentimos solidarios de todos los que sufren, porque nada de lo humano nos es ajeno.

Dijimos que queríamos humanizar las cárceles y en realidad somos nosotros que somos humanizados. No se romantiza la violencia, no se la esconde ni se la ignora. Nos indigna como al que más, pero conocer las raíces y manifestaciones en ese mundo árido y desolado, en esta bodega de personas aterradas que luchan por sobrevivir a como dé lugar, perturba y remueve.

En medio de eso, la palabra adquiere un valor que afuera muchos olvidamos. En Navidad celebramos la palabra que se hace vida en nuestra vida, luz en medio de la oscuridad, ojalá esa luz pueda también derrotar las tinieblas de los centros carcelarios del país. (O)