En días pasados fue entrevistado en un canal de la televisión local un exfuncionario del ayuntamiento de Medellín, otrora centro de conflictos sociales, ahora significativamente superados después de haber registrado 382 muertes violentas por cada cien mil habitantes, cifra abatida a solo 14 y equivalente a un decremento del 96,3 %. Una de las razones que explican esa notable reducción es haber fomentado oasis verdes de convivencia, palabra que sintetiza el éxito de las autoridades y la sociedad civil hasta alcanzar esa sentida meta.

Los huertos urbanos familiares y comunitarios tienen múltiples objetivos no solo circunscritos a la esencia de su existencia, el abastecimiento económico permanente y cercano de vegetales, reduciendo costos de alimentos sanos, más cuando resultan de actividades agrícolas sin uso de químicos que le dan el calificativo de orgánicos. Se trata de parcelas de pequeño tamaño que dan cabida a múltiples iniciativas autogestionadas por grupos de personas que las dinamizan, proporcionando esparcimiento, tranquilidad, unión familiar y barrial, resultante del constante compartir de trabajo colectivo, aspiraciones, opiniones comunes en un ambiente de cooperación, autoestima y solidaridad, auténtico espacio de coexistencia inigualable matizado por plantas multicolores y al aire libre.

La referida ciudad colombiana superó la inseguridad y el temor gracias a una consistente red de huertos, estructuras pequeñas incrustadas en el centro candente de mortíferas confrontaciones pandilleras, remplazadas por cosechas abundantes en plantíos inmutables a balaceras, evocando los antiguos huertos de metrópolis europeas que soportaron los embates de la Primera y Segunda Guerra Mundial, constituidos en fuente segura de provisión de comida para combatientes y población civil que carecía de ella.

Tuvimos la ocasión de visitar sitios guayaquileños donde crece con garbo un centenar de parcelas promovidas por la Municipalidad, enraizando en no más de 150 metros cuadrados, donde 15 familias por cada una, con el concurso mayoritario de mujeres y niños acompañando a sus progenitores, labran con esmero en solares vacíos entre cemento o asfalto o sobre ellos, si se trata de substratos fértiles transportados, de donde emergen lozanas hortalizas de frutos, hojas, tallos, flores o raíces listas para la degustación de sus modeladores, sus parientes, vecinos y transeúntes que en las vendimias disfrutan sin disputas del estimulante gozo de saborear verduras frescas y sanas, de manera directa o en fáciles y diferentes bocados que amas de casa preparan con entusiasmo y abnegación.

Imaginamos el ambiente de placidez que generarán 200 o más huertos comunitarios que la alcaldesa Cynthia Viteri Jiménez culminará en este año con la Dirección de Vinculación; algunos ya establecidos han sido visitados por ella constatando la labor de ingenieros agrónomos, promotores y beneficiarios, tareas que crearán ese espacio de convivencia que doblegó en Medellín la violencia en las barriadas populares lejanas del centro de la ciudad, gran paso para complementar las labores edilicias empeñadas en entregar tranquilidad popular. (O)