Detrás de los pocos segundos que demoró el levantamiento de pesas olímpico de Neisi Dajomes y Tamara Salazar yacen no solo años de entrenamiento y dedicación constante, sino décadas de lucha por parte de las mujeres para ser incluidas y respetadas en los Juegos Olímpicos.

Pierre de Coubertin, fundador del Comité Olímpico Internacional en 1894, famosamente creía que la mejor contribución que una mujer podía ofrecer al atletismo era “alentar a su hijo a sobresalir en el deporte y aplaudir el esfuerzo de los hombres”, llegando a abiertamente llamar a las competencias femeninas como “imprácticas, aburridas, antiestéticas, y, sin miedo a añadirlo, incorrectas”. Los demás miembros de este primer comité olímpico, compuesto exclusivamente de hombres como era de esperarse, compartieron su criterio, razón por la cual prohibieron la participación de las mujeres en los primeros Juegos Olímpicos modernos, celebrados en 1896. Sin embargo, incluso en estas primeras olimpiadas, ya se escuchaban voces de mujeres rebeldes y disidentes. Pese a la prohibición, una maratonista griega llamada Stamata Revithi completó la maratón de 40 kilómetros, aunque evidentemente su tiempo no fue reconocido.

Pese a las vociferas protestas de su fundador, las olimpiadas de 1900 permitieron la participación de las mujeres, pero solo en ciertos deportes considerados “compatibles con su feminidad” como el tenis, el croquet y el velero. Estos deportes, todos nacidos como actividades de placer en círculos aristocráticos, se creía no atentaban “contra la fertilidad ni la modestia” al evitar que sus participantes ejerzan los esfuerzos requeridos por otros deportes. De los 997 atletas que participaron en estos juegos, solo 22 de ellos eran mujeres. Fue gracias a la incansable lucha de activistas deportivas como Alice Milliat, las cuales eran frecuentemente objeto de burla y ataque, que las mujeres poco a poco empezaron a ganar más representatividad en el mundo olímpico, pasando de ser solo el 2,2 % de los atletas en esa olimpiada pionera de 1900 hasta ser casi el 49 % de los participantes de los juegos de Tokio-2020.

El camino hacia una mayor inclusión y representatividad de las mujeres en los Juegos Olímpicos ha sido largo y tortuoso. Las mujeres han tenido no solo que superar los grandes obstáculos y desafíos a los que se enfrentan todos los atletas de alto rendimiento, sino a una cultura deportiva que sistemáticamente ha buscado ignorarlas, disminuirlas y marginalizarlas. Históricamente, el cuerpo femenino ha sido constantemente estereotipado como frágil y débil, frecuentemente reducido a un objeto sexual para el deseo masculino, o solo apreciado por su capacidad de parir hijos. Es en este contexto que el logro de nuestras atletas, las cuales además han logrado destacar en un deporte tradicionalmente visto como masculino, merecen un doble aplauso.

Esperemos que las historias de Neisi Dajomes y Tamara Salazar se conviertan en inspiración para la siguiente generación de guerreras ecuatorianas, destinadas a seguir luchando con la frente en alto por un mundo más justo y equitativo. (O)