Había una época en la que, en algunos países de nuestro continente incluyendo el Ecuador, los interesados en tomarse el poder que perdieron en las urnas acudían a empresarios poderosos para golpear juntos las puertas de los cuarteles y organizar un golpe de Estado, al que llamaban “revolución”. Hoy en día, el golpismo viste una túnica y se disfraza de doncella con los ojos vendados, portando una balanza en una mano y la ley o una espada en la otra. Es el tiempo del golpismo travestido de constitucionalidad, que esgrime su interpretación utilitaria de la ley para forzar una supuesta destitución presidencial y la entronización de un hombre de paja afín a sus intereses. Ese es el guion montado ahora en nuestro país, escrito por un expresidente de la República, y ejecutado por un bloque de asambleístas obsecuentes, bajo la mirada cómplice de los indiferentes ciudadanos.

Guardando analogía con el travestismo de cabaret, el golpismo actual obedece a un fundamento perverso. Lentamente, la doncella se despoja de su túnica exhibiendo sus encantos, y al quitarse la última prenda sorprende a los incautos mostrando aquello que ha conservado entre las piernas: el falo imaginario con el que presume su completitud y su poder. Finalmente, la supuesta legalidad revela su verdad: la pretensión de volver al gobierno aunque sea por interpuesta persona, para eludir responsabilidad por aquello de lo que se le acusa y para mangonear la dirección del país. En su precipitación, se ha valido de los operadores más torpes que pudo hallar, porque los vivos no se prestan para ello, lo que evidencia su desesperación y la decadencia intelectual y moral del otrora avispado movimiento que alguna vez forjó.

Ya hemos dicho con anterioridad, aquí, que la proliferación anárquica de organismos, comisiones y entidades que dizque tienen que ver con la ley y la justicia en el Ecuador, evidencia más bien el caos, la debilidad y la falta de confianza en el poder judicial que acá impera, y la atrofia institucional de nuestras organizaciones estatales y privadas como un defecto ecuatoriano. Sufrimos de un subdesarrollo en la construcción del Estado, y pretendemos negarlo multiplicando las ‘comisiones’, con lo que olvidamos aquel viejo principio napoleónico: Si quieres que algo se haga nombra un responsable, si quieres que algo demore eternamente nombra una comisión. Al bicentenario principio podríamos añadir una apostilla ecuatoriana: Nombra una comisión compuesta por los personajes más ineptos y descalificados, y por ello mismo representativos de los aviesos intereses que ocultas.

En lugar de ocuparse de los problemas que nos acechan, como la situación del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social, cuyo descalabro provocaría por un efecto de cascada la quiebra nacional, y otros temas urgentes como el desempleo y la escalada del narcoterrorismo en el país, algunos de nuestros asambleístas ocupan el tiempo por el que los ecuatorianos les pagamos en conspirar para instalarse en el poder. La torpeza de sus movimientos los pone en evidencia como en cualquier comedia clase B, con la diferencia de que esto no es chiste. ¿No podríamos destituirlos a ellos, más bien? (O)