En medio de las irracionalidades que nos toca leer, ver o escuchar todos los días (ya no solo sicariatos en cada jornada, que rara vez se castigan, sino ejecutados con armas sofisticadas; asaltos en los semáforos, en los mismos lugares, etcétera), es reconfortante para el espíritu conocer que Glenda Morejón, deportista ecuatoriana, se convirtió en campeona mundial de marcha en la categoría de 35 kilómetros. Hay tanta lucha detrás, tanto esfuerzo en la adversidad, tantos elementos a emular que las palabras pudieran no expresar la admiración que nos merece esta nueva conquista. No se trata de una deportista esforzada nada más. Es una niña de alma gigante fraguada en las dificultades. Vendedora de salchipapas en su momento, becada con sesenta dólares por la Federación Deportiva de Imbabura, creció en el marco de una familia muy pobre. Tal vez si su vida hubiera sido mucho más fácil no hubiera podido lograr el empuje que tiene. El célebre reportaje que mostró que entrenaba con unos zapatos perforados conmovió a todos. Fue un suceso de contrastes: nos mostró una injusta carencia, pero también un alma dispuesta a todo, un ser luchador, un ser grande de verdad. Qué orgullo como ecuatoriano comprobar que la virtud de la constancia, la claridad de propósitos y un gran corazón nos puede llevar muy lejos.

Hay tanto rebelde sin causa por ahí, tantos cómodos que se sienten inconformes por no tener el último celular, tanto dormilón que desperdicia la vida, a quienes con su ejemplo Glenda Morejón les envía un claro mensaje: la lucha constante, el sacrificio diario, el amor por lo que se hace son grandes razones, y rinden sus frutos. No hay que renunciar a ellas. Hacerlo nos garantizará el fracaso.

En reportaje de EL UNIVERSO del 7 de marzo de 2022 se dio a conocer que en el mundial de Kenia, su entrenador la guiaba por teléfono ante la carencia de recursos, su escuela de atletismo completó un mil doscientos dólares en una colecta. Tenemos mucho que aprender de ella: abandonar la absurda cultura del lamento, creer que lo merecemos todo, exigir a nuestras familias lo que no pueden darnos. Y hay también un mensaje para el Estado: la eficiencia y la eficacia son un deber. La eficiencia exige mucho: análisis, evaluaciones, decisiones, pero no a paso de tortuga sino con agilidad. Las circunstancias, las necesidades, los dramas ciudadanos no pueden esperar. El que se enferma en Ecuador y depende de hospitales públicos para curarse sabe que la muerte le puede llegar aunque la enfermedad no lo amerite. Si usted está en una tienda y por desgracia el que está al lado es una persona buscada para “sicariarla”, es posible que le caiga una bala y lo mate. Estos hechos no pueden continuar. Necesitamos liderazgos. Un ejemplo positivo de estos últimos días ha sido el del canciller Juan Carlos Holguín: se ha entregado en cuerpo y alma a la lucha por traer de regreso a nuestros jóvenes compatriotas estudiantes en Ucrania, rescatándolos de la guerra. La fórmula, muy sencilla: esfuerzo, objetivos claros, constancia y sacrificio. Elementos que debemos emular en nuestra vida diaria. (O)