La designación de Francisco Jiménez como ministro de Gobierno marca un importante y positivo giro en la conducción política del presidente Lasso, para lamento de los odiadores de siempre, de los estrategas políticos de Nintendo y de esa camarilla que se creyó dueña del palacio y con derecho a jugar con el destino del país en los últimos meses.

Marca el rechazo del gobernante a esa morrocotuda idea de la muerte cruzada (con la que perdíamos todos como país), la que sin empacho reconoce haber impulsado la funcionaria saliente, que se fue tirando la puerta con una carta que no merece otro comentario y que únicamente confirma cuán oportuno ha sido el cambio.

Como ya lo hemos comentado en esta columna (desde antes de que el presidente asuma funciones) ha sido elegido por millones de ecuatorianos para tomar decisiones que mejoren sus condiciones de vida, sobre todo, la de los grupos más vulnerables que son la gran mayoría del país; no para recibir loas de aprobación de filósofos, politólogos, periodistas u opinadores, ni satisfacer sus odios o egos.

En ese sentido, sus decisiones deben estar encaminadas a conseguir el bienestar de los primeros a pesar del malestar de los segundos.

Recordemos que la decadencia política de Rafael Correa no se produjo por las críticas de periodistas, opinólogos y otros; ni siquiera por sus ataques a la prensa; sino por el mal manejo de la economía y consecuente deterioro.

Justamente por fallar en esa misión de mejorar la calidad de vida de los ecuatorianos más necesitados. Y que su momento de gloria, de apoteosis, se produjo precisamente cuando el pueblo sintió el cambio positivo en sus bolsillos y en su salud.

Y a ello se debe que, pese a la tormenta jurídica y política por la que atraviesa, su partido sea el más votado de la Asamblea Nacional y conserve un alto porcentaje de apoyo popular en las encuestas que periódicamente se hacen en el país.

A ello se debe que Jaime Nebot haya regido Guayaquil 19 años y resistido los embates del correísmo, a pesar de no ser simpático para la camarilla y su prócer oculto, ni para opinólogos y politólogos que lo tienen en la punta de la lengua para culparlo de todos los males de la política ecuatoriana.

Y a ello mismo se debe que el mejor momento de aprobación del actual gobierno haya sido producto del éxito de la vacunación y luego, alguna recuperación gracias al aumento del salario básico; porque son acciones que llegaron a los más pobres del país. Y su deterioro, la reforma tributaria, el aumento del precio de los combustibles y la incontenible violencia que vive el país. Todo sube o baja cuando afecta o beneficia a los más pobres.

Desde esta columna le deseamos buen viento y buena mar al ministro Jiménez en tan importantes funciones. El país necesita un gobierno pragmático y eficiente que sume voluntades en la solución de los grandes problemas de los más necesitados de la patria. Gobernar en función de ellos es la misión. No perder ese norte es el desafío. (O)