La comicidad del lapsus, en aquel video que circuló esta semana, desnuda la tragedia ecuatoriana y expone la miseria de nuestra clase política. Además, recuerda la hipótesis de Jung sobre la existencia de un inconsciente colectivo. ¿Acaso los ecuatorianos tenemos un inconsciente colectivo que nos conduce a poner en acto esta batalla que vivimos, sin percatarnos de que estamos determinados por ello? ¿O más bien los ecuatorianos inconscientes que no asumen responsabilidad por el propio han determinado el comienzo de una confrontación civil de consecuencias incalculables? Si los lapsus son formaciones del inconsciente particular de cada sujeto, cuando producen un compartido efecto cómico, invitan a adivinar la verdad que esconden. En este caso, la realidad ovejuna de nuestras masas conducidas por los golpistas de ocasión, que revelaron su oportunismo ante el país en estos días.

... un país fallido e irreconciliablemente dividido, condenado a repetir los mismos errores eternamente.

¿Qué tragedia ecuatoriana? La de un país fallido e irreconciliablemente dividido, condenado a repetir los mismos errores eternamente. Primero, los pueblos indígenas y negros crónicamente postergados y empobrecidos, que hoy se rebelan y protestan con derecho, pero que dejan entrever que entre ellos existen los mismos sistemas de castas, corrupción, demagogia y opresión que entre los blancomestizos. Luego están ellos, los blancomestizos urbanos, que esta vez manifiestan en contra del golpismo porque afecta su estabilidad y su economía, pero que no saben nada de la realidad en la que viven los anteriores ni les interesa saber. Luego la inmensa población pobre de este país, cuya situación no ha mejorado en este gobierno ni en los anteriores, sin esperanza ni alternativa, caldo de cultivo de la agitación social, de la psicología de las masas, de la delincuencia organizada, del terrorismo y la guerrilla. Luego estos, los terroristas y guerrilleros que en este país existen y cada vez son más, reclutados entre todos los anteriores y fusionados con las actuales protestas, imponen el miedo y pervierten lo que sería una demanda justa. Finalmente, los niños bien de Cumbayork, los terroristas de las clases altas que disparan a los manifestantes que perturban su sueño.

¿Cuál miseria de nuestra clase política? La de ser peor que todas las anteriores, viviendo parasitariamente de lo poco o mucho que ellas producen, y manteniendo el retraso nacional que les permite existir cómodamente sin trabajar. Una clase ignorante y deshonesta, con ideología proteica que se acomoda a los tiempos y a las circunstancias. Dispuesta a pactar con Dios y con el diablo a la vez para mantener sus privilegios. Embaucadora de las masas con su palabra vacía y su disfraz mesiánico, que construye, sostiene y justifica sus discursos con el auxilio de los intelectuales de café que viven de los políticos y les sirven asalariadamente o ad honorem en las redes sociales como terroristas de la palabra. La clase de los curules, reclutada entre todas las del párrafo anterior.

Cuando esto termine, los pobres lo serán más, los indígenas más resentidos, los blancomestizos más racistas, los terroristas más numerosos, los ricos más millonarios y los políticos más estúpidos. (O)